Judeoconversos de Ciudad Real (III): testimonios, acusaciones y fuego purificador (1483-1492)
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Autor: Juan Antonio Flores Romero
EL ANTIJUDAÍSMO EN LA LITERATURA POPULAR
Desde comienzos de la década de los ochenta del siglo XV, la comunidad criptojudía de Ciudad Real esperaba que de la noche a la mañana se instaurase un tribunal que depurara sus culpas contra la fe católica. La conversión había sido una forma práctica de preservar ciertos privilegios y puestos de responsabilidad municipales, si bien todos ellos estuvieron en el punto de mira de una sociedad que recelaba de aquellas conversiones en masa de los que hasta hace poco eran acusados de la muerte de Cristo, pueblo deicida y obstinado en su error.
Los versos del poeta converso del siglo XV, Antón de Montoro, al rey Enrique IV, sobre el robo que en 1473 se hizo en Carmona contra los conversos (igual que ocurriera unos meses después en Ciudad Real), no dejan lugar a dudas sobre el ambiente antijudío en la meseta sur:
"dígolo por la pasión
desta gente convertida;
que sobre la ascuas andan
con menos culpa que gusto
que los que muy menos mandan
cien veces les demandan
aquella muerte del Justo".
Y en el famoso poema de Alfonso Onceno se lee esto, animando a agredir a aquellos que aún se apostaban en sus viejas comunidades, bien como judíos, bien como conversos sospechosos de herejía:
"A las sinagogas quemad
con los judíos e judías,
e mal sabado les dad
fasta que venga el Mexias".
En la literatura del siglo XV, aparecen "cancioneros de burlas" que hacen referencia al rito de la circuncisión con la imagen simbólica de un sastre pertrechado con tijeras y capirote. Un fragmento de estos cancioneros se expresa en estos términos, haciendo referencia a un pueblo obsesionado en preservar su fe, aunque fuese en la clandestinidad:
"Pedistes circuncisión
todo el pueblo fue venido
y con muy gran alarido
truxeron carbón molido,
tijeras y navajón…".
Fernando del Pulgar, cronista oficial de los Reyes Católicos, escribía al final del siglo XV, en relación a aquellos que como los conversos ciudadrealeños se mostraban firmes en no perder la fe judaica, y que eran cristianos o judíos a conveniencia, según testigos de la época:
"Se hallaron en la çibdad de Toledo algunos onbres e mugeres que escondidamente fazían ritos judaycos, los quales con grand ynorancia e peligro de sus ánimas, ni guardavan ni una ni otra ley; porque no se çircunçidaban como judíos, segund es amonestado en el Testamento Viejo, e aunque guardavan el sábado e ayunavan algunos ayunos de los judíos, pero no guardavan todos los sábados, ni ayunavan todos los ayunos, e si façían un rito no façían otro, de manera que en la una y en la otra ley prevaricavan. E fallose en algunas casas el marido guardar algunas ceremonias judaicas, e la muger ser buena christiana; e el hijo e hija ser bueno christiano, e otro tener opinión judaica. E dentro de una casa haver diversidad de creençias, y encubrirse unos de otros".
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UNA FE CULPABLE
La realidad criptojudía campaba a sus anchas por La Mancha y el Campo de Calatrava con una identidad propia, entre la antigua Ley de Moisés y la nueva fe de Cristo. Entre las comunidades de este área con mayor número de judeoconversos se encontraban Almagro, Almodóvar del Campo, Daimiel, Almadén y Valdepeñas, a juzgar por los datos recogidos en la obra de Villegas Díaz sobre los judeoconversos manchegos. Entre los oficios más habituales que ejercieron estos conversos estaban el de sastre, ropavejeros, escribanos y especieros, entre otros. En vísperas del Edicto de Expulsión de 1492, concretamente en 1489, se contabilizaron en Chillón, localidad aún dependiente de Córdoba y muy próxima a Almadén, la cifra nada desdeñable de 283 judeoconversos, según los estudios de esta "realidad oculta" en Andalucía, que estudió el profesor Ladero Quesada.
Los conversos, una vez producida la expulsión, se encuentran atrapados entre una fe católica que no aceptan y unas creencias judaicas que se van diluyendo con el tiempo; no así la conciencia de pertenencia al pueblo judío. Gebhardt define al criptojudío como "un católico sin fe y un judío sin conocimientos, pero que quiere ser tal". Algunos autores han sugerido que podríamos estar hablando de una "religión marrana", atrapada entre ambas creencias. El término "converso" quedó reservado para el judío que se hacía cristiano y no se aplicaba a los neófitos de otra religión, como el protestantismo. Pero era prioritario mantener un estatus o simplemente una propiedad, una tierra, un negocio, abrazando la fe católica. Aquellos que decidieron marcharse (a pesar de que muchos volvieron a sus tierras ya como conversos con la intención de recuperar sus bienes incautados o simplemente para saldar sus deudas con sus convecinos, pero ya como cristianos) lo hicieron con lo justo por la sencilla razón de que se vieron obligados a malvender sus propiedades, una realidad que recogió en sus escritos A. Bernáldez, el cura de los Palacios:
"e davan una casa por un asno, e una viña por poco paño o lienço".
El pueblo judío fue vejado, maltratado, obligado a renunciar a su vetusta fe para mantener el suelo que pisaban. Una parte importante de este pueblo optó por abandonar su querida Sefarad con tal de mantener su alianza con Adonai, consolidando la idea de pueblo sometido a un continuo éxodo. Por su parte, los conversos siguieron estando en el punto de mira de la Inquisición, especialmente en esas primeras décadas en las que la sagrada institución se mostró implacable. La acusación de profanaciones de hostias consagradas y crímenes rituales proliferaron como argumento para castigar a una población obstinada en no abandonar del todo la fe de sus padres. Estas acusaciones de crímenes rituales fueron también muy recurrentes en épocas posteriores y en otras latitudes, puesto que a finales del siglo XIX tenemos el ejemplo de lo ocurrido en Tisza Esalar (Hungría) donde un puñado de judíos son acusados del asesinato ritual de una joven, algo típico también en la España inquisitorial.
El odio encendido contra los judíos, mezclado con la gestación de mitos y bulos, avivaron costumbres populares como las que se desarrollaron, por ejemplo, en Asturias durante la tarde de Jueves Santo en la que jóvenes y niños, provistos de palos y carracas, iban a "matar judíos" de forma simbólica; una costumbre que ha pervivido en Somiedo y de la que conservamos algún vestigio en la lírica popular:
"Xudíos marranos
matasteis a Dios,
nosotros ahora
matámosvos.
Xudíos ladrones
a Cristo matar
y ahora a cristianos
venís a robar"
Una realidad muy parecida se debió vivir en La Mancha, un territorio en que, por efecto de la Repoblación, contó con muchas e importantes juderías. En los albores de la Inquisición, algunos judíos y conversos llegaron a pensar en salir definitivamente de Sefarad. No eran buenos tiempos para permanecer como judíos. Este fue el caso de Sancho de Ciudad que, junto a sus allegados, embarcó en Valencia, y después de cinco días de travesía tuvieron que volver por las condiciones del mar. Es muy posible que se dirigiesen al norte de África o a Estambul. Tras ser capturados, fueron llevados a Toledo donde acabaron en la hoguera en 1486. Ya dos años antes fueron quemados en efigie antes de que un fatídico día fuesen ejecutados en persona.
Algunos de los procesados por judaizantes pasaban ya, desde hacía décadas, por ser buenos cristianos, devotos, fieles y donantes de dinero para obras en los templos de la ciudad. Juan González Pintado fue uno de estos; fue secretario de Juan II y Enrique IV, reyes con los que trabajó más de cuatro décadas, y había sido educado por el también converso Fernán Díaz de Toledo, antes Moseh Hamomo. González Pintado vivió en Ciudad Real desde 1444 en las cercanías de la iglesia de Santiago, en la zona del Barrio Nuevo, en la antigua judería. En 1448 mandó construir una capilla en la iglesia de Santo Domingo llegando a donar una imagen de la Virgen. Esto no impidió que en las revueltas anticonversas de 1449, iniciadas en Toledo, su casa fuese saqueada. Su fama de judaizante llegó a las puertas de 1483 , año en que el Santo Oficio se instala en Ciudad Real. Ese mismo año, como consecuencia de una denuncia, González Pintado fue procesado por judaizante. Era un personaje muy conocido en la ciudad ya que en 1462 fue regidor del concejo municipal y en 1474, tras los motines anticonversos, huyó a Almagro y se unió al bando político del marqués de Villena. En 1475, fue depuesto del cargo de regidor por los Reyes Católicos, aunque en 1477 se le restituye en el cargo, como pasara con Sancho de Ciudad, devolviéndosele los bienes incautados unos años antes. El proceso de este judeoconverso, y el del propio Sancho de Ciudad, se conservan en el archivo de Simancas. Una serie de hechos nos demuestran que el judaísmo en Ciudad Real era una realidad palpable y que los que decidían judaizar contaban con el apoyo de los regidores conversos y de notables judíos confesos como Juan Falcón el Viejo que estaba circuncidado y observaba las mitzvot o miswot y se emocionaba cuando leía un libro en hebreo. Su hogar se había convertido en casa de oración y lugar de sacrificio de reses, al menos desde 1444. Se cuenta que predicaba a los conversos envuelto en un tallit o chal de oración y, cuando la rabia de los cristianos viejos amenazó la vida de los que practicaban la fe judaica en secreto, huyó a Palma del Río, en Córdoba. Eso ocurrió en 1474. Unos años antes, en 1449, ya vimos cómo organizó la resistencia contra aquellos que asaltaban las propiedades de los conversos, al igual que Pedro Martínez "el tartamudo".
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Otro judaizante, ya mencionado en otros artículos, fue Juan González Panpán, esposo de María González, "la Panpana". En su casa hallaron vajillas especiales para las comidas, según el testimonio de Catalina Martínez en su proceso inquisitorial, y utilizaba su propia copa para beber, siguiendo las normas de la Kasrut.
"Tenía aparte olla en que guisava de comer, y el se lo guisava y no queria que ninguno llegase a su olla (…)".
Según el testimonio de Gonzalo de Villanueva, ni su mujer ni sus hijas querían compartir techo con él por persistir en su fe judía. En el proceso, su esposa declara que desde 1467 la obligó a observar las mitzvot. En 1473, tras vender dos casas y un colmenar, huyó solo, sin su familia, y se le juzgó "in absentia". Ya comenté en otro artículo que retornó a por su familia en 1477, pero fue infructuoso ya que tuvo que marcharse nuevamente solo.
Tampoco se libró de un proceso inquisitorial el notario Juan González Daza. Los primeros pasos se dieron el 1 de diciembre de 1483. El también notario Rodrigo Marín fue juzgado, a título póstumo, en 1484, junto a su mujer Catalina López. Se les acusaba de rezar plegarias hebreas en su casa y de sacrificar siguiendo la Ley de Moisés. Aunque Daza confesó durante el periodo de gracia, se tomó su declaración por incompleta y fue torturado hasta admitir que había leído asiduamente oraciones judías y observado ritos funerarios hebreos entre sus allegados. El Santo Oficio consideró su cristianismo una tapadera y que, en realidad, practicaba y alentaba los rituales criptojudíos. Según algunos testimonios, se le acusó de leer como un rabino en varias casas, entre ellas en la de Alonso, un mercader de paños de Ciudad Real y celebrar el kippur.
Otro judeoconverso de Ciudad Real, acusado de criptojudaísmo, fue Juan de Fez, recaudador de impuestos, y su esposa Catalina Gómez, cuyos restos de ambos fueron quemados el 15 de marzo de 1485; rezaban oraciones judías y fue acusado de lavar a sus hijos tras el bautismo para quitarles "las aguas bautismales". En 1474 huyó a Daimiel durante los motines. Este converso, Juan de Fez, era cobrador de las rentas del arzobispo de Toledo, quien lo excomulgó en 1470. Llama la atención que la iglesia requiriese continuamente los servicios financieros de los conversos. Juan Falcón, por su parte, "mercader de especias próspero y dinámico poseía dos tiendas en Ciudad Real", según Beinart. Tras su huida, fue juzgado "in absentia" y quemado en efigie el 24 de febrero de 1484.
Juan Díaz o Juan Dinela, un pañero de Ciudad Real, llegó a ser considerado rabí de los criptojudíos. Fueron veinticinco los testigos que declararon contra él y, así pues, sus restos fueron quemados en 1485. Toda su vida, según sus conocidos, vivió bajo la ley mosaica, prestando también servicios de matarife, aunque ya se circuncidó bastante mayor, casi a los 70 años. En alguna ocasión, invitó a su casa a un judío portugués, llamado R. Semuel, muy posiblemente de la zona de Évora. Tenía en su haber libros litúrgicos judíos, y, según el testigo Juan de Morales, leía el "Libro de las Lamentaciones"; practicaba los ayunos preceptivos, como el del 9 del mes de Ab , que conmemora la destrucción del templo de Jerusalén y las catástrofes sufridas por el pueblo hebreo.
Dentro este nutrido grupo de comerciantes y mercaderes conversos judaizantes de Ciudad Real, también estaba Juan González Escogido y Juan Martínez de los Olivos. Este primero practicaba los preceptos judaicos al menos desde 1446 según testimonios y le consideraban un "rabí". El segundo, tenía vinculaciones con Almagro; de hecho, su familia almagreña estuvo en el punto de mira del Santo Oficio. También desapareció de Ciudad Real, como muchos otros, en las revueltas de 1474 y posteriormente se dedicó a ser propietario de ovejas, con muchos trabajadores a su cargo, sobre todo cardadores de lana. Toda su familia, practicaba el judaísmo y encendían las velas del sabbat, como era costumbre entre los judíos em esas oscuras noches de los viernes almagreños. Su familia tenía muy buena relación con una criptojudía muy activa en la vida manchega y que aparece mencionada en muchos procesos contra judaizantes: María Díaz "la Cerera". La nómina de criptojudíos la completaban García Barbas, Rodrigo Atrachón, Lope Franco y Fernando González Fixinix, entre otros. Y no pocas víctimas de las llamas inquisitoriales eran gente sencilla: zapateros, sastres, borceguineros, etc.
CASAS DE ORACIÓN
Algunas de estas personas sencillas, como Juan Caldes, del que apenas ha trascendido su nombre, eran invitados asiduos a las oraciones celebradas en las casas de judíos más pudientes como Juan González Panpán o Sancho de Ciudad . En estas viviendas ya desde hacía décadas se venían celebrando asiduamente ritos judaicos e incluso, como ya apunté en otro artículo, en 1453 llegaron a celebrar la caída de Constantinopla y el ascenso al poder de los turcos en Oriente Medio, un año en el que se observaron muchas estrellas fugaces que asociaron con una buena premonición para el pueblo hebreo.
Muchos de aquellos invitados fueron juzgados "in absentia", como los zapateros Juan Calvillo y Juan Alegre, a los que se acusa de practicar ritos litúrgicos judíos, de sacrificio ritual de reses, de celebración de fiestas y de guardar los preceptos judaicos. Hubo otro sastre, Juan de Chinchilla, natural de Almodóvar del Campo, educado por su padrastro converso, Juan González de Santesteban y que se formó en la sastrería de Juan de Carmona, quien también observaba los mitzvot. Se casó en 1460 y participó en los ritos fúnebres de su padrastro, según el testimonio de Marina de Coca. Por cierto, llama la atención la cantidad de hombres conversos con el nombre de Juan y de mujeres con el nombre de María.
Entre las mujeres destacan, por adhesión a la causa judaica, María Díaz "la Cerera" y su hermana Leonor González, mujer de Alonso González de Frexinal, que huyó de la Inquisición a Portugal, y antes a Frexinal (Fregenal) de donde era su marido, entre la Raya portuguesa y Sevilla.
Es curioso que el mismo día que comienza a funcionar el tribunal del Santo Oficio, se procesa a "la Cerera", concretamente el 14 de noviembre de 1483, justo el mismo día que se inicia el proceso contra Sancho de Ciudad. Esta mujer era esposa de Juan Díaz, médico y boticario ciudadrealeño. El judío arrepentido, Fernando de Trujillo, un filón para el tribunal del Santo Oficio por el gran número de delaciones que realizó, nos hace una descripción bastante extensa del judaísmo de la Cerera, quien era conocida por otro nombre hebreo entre sus correligionarios, llegando a explicar cómo sumergía a futuras esposas en el mikvé o baño ritual, preparaba el Séder de Pésaj, la fiesta de Succot o de las Cabañuelas y era una gran conocedora de las leyes y preceptos mosaicos.
Pero María no fue la única procesada por la Inquisición. En los mismos años, otras cayeron en manos de los implacables jueces, como María Alonso y su hermana Catalina de Zamora. Muchas de ellas participaban en oraciones y encuentros judaicos. Las casas de reunión eran habituales, empezando por las de Sancho de Ciudad o la de Juan Ramírez y generalmente hombres y mujeres discutían sobre asuntos de fe en habitaciones distintas. En Ciudad Real, Haim Beinart, el gran estudioso de la judería manchega, llegó a contabilizar entre 1440 y 1483, a juzgar por los testimonios de los declarantes, 18 casas en las que los conversos practicaban cultos judíos.
La casa de Alonso "el escribano" y su esposa María Alonso fue lugar de reunión de herejes y de viajeros que visitaban la ciudad. Esta fue acusada de participar en ritos funerarios judíos como el entierro de Álvaro de Madrid. En su casa se rezaba como judíos e incluso el cabeza de familia utilizaba el tallit o manto de oración. Su hermana, Catalina de Zamora, más débil, abjuró de su judaísmo pero fue acusada de blasfemia por insultar a Jesús, a María y a la Iglesia, delitos por los que fue condenada a penas de azote y destierro. Algunos testigos de la defensa la tildaban de cristiana devota y caritativa, contando además con un hijo religioso en un convento (algo que no garantizaba su fidelidad a la fe católica, pues muchos frailes fueron acusados de judaizar). La Inquisición, en cambio, la acusaba de haber vivido como judía y de haber sido irreverente contra la Iglesia. Su hijo religioso, quizá para salvaguardar su honor, testificó contra ella.
Otras mujeres, como Marina González, esposa del bachiller Abudarme, juzgado in absentia el 26 de enero de 1484, tenía por costumbre decir "Alabado sea Adonai", y "no quería bever con la taça que el (su marido) bevía por aver comido el toçino".
Desde 1391 la comunidad judía de Ciudad Real se fue deconstruyendo, aunque quedaron focos de fieles a la Ley de Moisés. Algunos de los más influyentes anfitriones de la comunidad criptojudía manchega fueron Sancho de Ciudad, Juan de Lobón, Fernando Díaz, Juan González Panpán, Juan Díaz y Rodrigo Marín, el escribano. Además, desde 1456 a 1474, año de la gran revuelta anticonversa, se oraba en casa de Alonso, el escribano, y en la casa de Diego de Villarreal, al menos en 1466, según varios testimonios. Otra vivienda donde se realizaban ritos asiduamente eran la de Álvar López de Córdoba, tal y como confesó Marina González, mujer de Francisco de Toledo, el 15 de enero de 1484.
La casa del escribano Juan Martínez, donde acudía regularmente Juan González Panpán entre 1462 y 1463, también fue un punto de encuentro e incluso la vivienda de Alonso López de Molina, según la confesión de Juan de Chinchilla.
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Otras casas en las que se practicaban ritos y oraciones judía fueron las de Alonso González de Frexinal y de Leonor González; la de Juan Calvillo, según manifestó Marina Núñez en el proceso de Sancho de Ciudad; la casa de Alonso de Herrera, Ruy Díaz, Alonso Díaz y Gonzalo Trujillo, entre otros; estos últimos según testigos del juicio contra Juan González Pintado.
Pero ante todo hay que destacar que el epicentro de la población criptojudía estaba en torno a la casa de un notable de la urbe manchega: Sancho de Ciudad. Allí está documentado que se reunían María Díaz, Diego de Ciudad, Teresa de Ciudad, Juan de Ciudad, Isabel de Ciudad, María Díaz "la Cerera", Alfonso de Teva, este último residente en la calle Calatrava. En las páginas del proceso se describe un encuentro en el día de Yom Kippur o día del perdón para los judíos, tras Rosh Ha Shaná, es decir, el año nuevo hebreo. En esta jornada se purificaron con agua y oraron hacia Jerusalén. Incluso María González, esposa de Pedro de Villarreal, hizo una descripción ante la Inquisición de cómo iban saliendo en parejas de la casa del anfitrión, Sancho de Ciudad, quien solía salir a los campos y a sus viñas para rezar tal y como confesaron Juan Rico, Gonzalo de Mora y, sobre todo, Fernando de Mora, que narró ante el Santo Oficio que en 1469:
"el dicho Sancho de Çibdad se bolvió fasia do sube el sol e començó resar casy media hora. E este testigo cree que era ebrayco, porque non resaba Pater Noster ni Ave María ni oraçion de la yglesia, ni entendió lo que resava".
Los denunciantes hacían hincapié en las prácticas religiosas de estos conversos con oraciones como el Shemá Israel y las dieciocho bendiciones. Otro converso, como Juan Ramírez, mayordomo del cardenal Cisneros, solía recitar: "Adonay, Adonay, apiádate de nos o criador del çielo e de la tierra e de la madre e de las arenas".
PLEGARIAS, TRADICIONES Y SACRIFICIOS RITUALES
Otra fuente de información de las tradiciones judeoconversas fue la del rezo de la Amidá y otras plegarias, según el relato de Cristóbal "el carpintero" en el proceso contra María Díaz "la Cerera". Esta mujer, referente de los judíos manchegos, y según las palabras de la testigo Antonia Gómez, rezaba:
"Sarra Rebeca, la chirimía, barach Adonay, barach", que se asemeja mucho a la bendición judía: "hágate Dios como Rebeca, Raquel y Lea. Bendito sea el Señor".
La comunidad de Ciudad Real mantuvo vínculos con otras comunidades y, especialmente, con Andalucía, Extremadura y Portugal. Concretamente, fueron frecuentes los intercambios y conexiones con Palma del Río, Frexinal y Évora (Portugal).
Algunos delitos bastante comunes era el rezo de oraciones judaicas, como "los siete salmos de la expiación" en casa de Fernando de Molina y que se deduce de la confesión de María González, la mujer de Pedro de Villarreal.
También fueron procesados conversos acusados de sacrificio ritual, especialmente de terneras y aves de corral. Desde mediados de siglo se venía haciendo en casa de Juan Falcón, de Rodrigo Varsano y de Juan de Fez, este último un conocido recaudador de impuestos. Se contaba que ciertos conversos compraban la carne en establecimientos cristianos para disimular y que luego la tiraban. Así lo explicó Alonso Marcos en el proceso contra Juan de la Sierra; y Rodrigo de Olivos declaró que había vendido terneras vivas a la población conversa manchega para ser sacrificadas al modo judío. E incluso María Díaz "la Cerera" también fue acusada de adquirir carne sacrificada al modo judío al igual que el platero Pedro Gómez y González Panpán antes de su huida. Muchas casas de oración también hacían las veces de lugar de sacrificio de reses o de aves de corral. Existe documentación del siglo XV que atestigua que se degolló en las viviendas del mercader de especias Diego Díaz, de Juan Díaz, de Juan Falcón "el Viejo", de Rodrigo Verenjena, de Álvaro Carrillo, de Juan González Escogido, de Lope Franco, de García Barbas, entre otros. Hasta 21 corrales de la capital manchega se registraron como lugar de sacrificio kosher para el consumo de la comunidad criptojudía.
A muchos conversos se les educaba en las mitzvot desde la adolescencia, en la edad en que tendrían que estar haciendo su bar mitzvá. Generalmente, era la mujer la que transmitía este mundo de creencias con honrosas excepciones, como fue el caso de Juan González Panpán quien pretendió fallidamente "rescatar a su familia" en vísperas de la Inquisición para comenzar una nueva vida en otro lugar.
Entre las viviendas del Real de Barrio Nuevo, en la actual calle Libertad, y las arterias de la vieja judería ciudadrealeña, un buen número de conversos respetaron el Kippur, los ayunos, las bendiciones,… Una de las fiestas más complicadas de celebrar fue Pésaj o la Pascua judía por la dificultad de elaborar el masot o mazot, aunque hay testimonio que aseguraban que este pan especial de Pascua se elaboraba en algunos hogares, como se atestiguó en el proceso contra Rodrigo de Chillón y su esposa, María González. Por otra parte, como relata María Alonso, mujer de Diego Hernández, se da fe de que se amasaba este pan judaico que muchos testigos en distintos procesos describen como "tortas blancas":
"… y que sabe e vido que ella masaba en su casa pan çenceño en la quaresma por la Semana Santa…".
Otros testimonios como el de Juan de la Sierra describen de manera bastante acertada la mesa de Pascua entre algunos conversos:
"Que fasen la Pascua las dos primeras noches en que comen lechugas e apio e çerrajas e vinagre e otra çerimonia que fasen de maror, que quiere desir amargo, e con tortillas de pan çençeño pequeñas".
Algunos conversos compraban vajillas nuevas que no hubiesen contenido "hames" (o jametz), es decir, restos de pan con levadura, una costumbre que aún se sigue practicando por los fieles judíos antes de iniciar la Pascua. Esta costumbre se inicia limpiando a conciencia la casa, en busca de la más mínima miga de pan leudado y con la quema de los restos encontrados, un rito que conecta muy posiblemente con tradiciones babilónicas como el "Nooruz" o Año Nuevo persa.
Pero no eran estas fiestas mencionadas las únicas que se celebraban, pues en el proceso de Gonzalo Pérez Jarada se hace referencia a la celebración de Succot o las Cabañuelas, generalmente en el mes de octubre, y así se relata: "… ellos fasen las cabañuelas en las entradas de sus puertas y ronpen un pedaço de tejado". Esta era una costumbre que se transformó en fiesta y que recordaba por unos días la vida austera que los hebreos llevaron el el desierto durante los cuarenta años de Éxodo.
En algunos testimonios se recoge que ciertos conversos, siguiendo las normas judaicas, se empleaban en la limpieza de la casa y en el uso de mantelerías blancas para el sabbat. También recitaban el "qiddus" y la oración de acción de gracias tras la comida. En las confesiones de Beatriz, hija de Elvira González, se recoge que Sancho de Ciudad "bendesía la mesa". Era habitual que los conversos comiesen en sábado pescado, zanahorias, huevos y berenjenas rellenas, como se recoge en el proceso de Leonor Álvarez.
Otra práctica muy habitual entre los conversos es la inmersión y, en este sentido, Aldonza Rodríguez iba a casa de Sancho de Ciudad a hacer el baño ritual, y es posible que en casa de Juan de Herrera hubiese otra piscina para estos fines. Esta costumbre del baño ritual ya estaba normalizada entre los conversos de Ciudad Real que huyeron a Palma del Río tras los motines de 1474.
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Una ceremonia curiosa entre los conversos de Ciudad Real fue la de las Hadas, realizada con los recién nacidos; una costumbre de origen desconocido pero practicada por los conversos y que es muy probable que se remonte a época romana. Según Haim Beinart, "el rito de las hadas se realizaba en la octava noche de la vida del niño, llamada "noche de las hadas", la noche anterior a la circuncisión". Los testigos hablaban de mujeres jóvenes y parientes que se reunían en la habitación de la madre y, vistiendo al niño de blanco, cantaban y bailaban acompañados de címbalos y otros instrumentos, tal y como investigó el autor israelí.
El lavado del cadáver también fue otro rito funerario que practicaban judíos y conversos, así como la inhumación del cuerpo envuelto en un sudario. Las plañideras eran también reclutadas entre la población conversa. Y tras el sepelio se observaba la sivá o sibah, que eran los nueve primeros días de luto o duelo. Lo mismo que ocurre en Ciudad Real, hay testimonios muy similares entre estas poblaciones semitas asentadas en el Señorío de Béjar, en Extremadura. En ese periodo los dolientes dejaban de comer carne y se alimentaban de pescado, huevos, fruta y verdura.
En sábado se colocaba en la cocina un vaso de agua para que el difunto se pudiese purificar. Este caso quedó probado en el juicio de Marina González, anteriormente mencionada, esposa del bachiller Abudarme, a la muerte de este.
"Puso en la cozina donde el dicho bachiller murió, por mandado de su muger, una escudilla con agua a un candil ençendido, que estuvo allí nueve días para en que se vañase el alma".
Algunos fueron juzgados por dudar de la virginidad de María y hacer burla de Cristo ya que, a tenor de las investigaciones de Beinart, "los conversos decían que el cristianismo era una burla y que los cristianos se dejaban engañar por su religión". En el caso del converso Juan de Teva, "este solía escupir cada vez que se pronunciaba el nombre de Jesús en la misa; y algunas mujeres hacían muecas a la imagen de María cuando pasaba en procesión o cuando iban a la iglesia". Se recoge especialmente en el proceso contra Catalina de Zamora.
Los conversos evitaban en lo posible santiguarse, lo hacían al revés o de manera incompleta y muchos lavaban la cabeza de sus hijos tras el bautismo para librarles de las aguas bautismales. Según testigos, Juan Díaz, conocido como Juan Dinela, azotaba todos los viernes una cruz que tenía en su casa, un hecho que, de ser cierto, aún escondía la inquina y el desprecio de muchos judíos de corazón hacia aquellos que querían convertirlos por la fuerza.
En cambio, algunos de los quemados en la hoguera en las postrimerías del siglo XV, acusados de judaizar, habían financiado altares en honor a la Virgen en la iglesia de Santo Domingo. Es el caso de Juan González Pintado, un viejo conocido de estas investigaciones y hombre muy influyente en aquel Ciudad Real que vivía bajo el reinado de los Reyes Católicos. Según el historiador Toby Green "se calcula que, en 1483 y 1484, en Ciudad Real murieron quemadas unas cincuenta personas" algo similar a lo que ocurrió en Guadalupe casi al mismo tiempo. Por otro lado, Yitzhak Baer argumenta que "hasta 1485 fueron convocados ante la Inquisición de Ciudad Real cuatrocientos cincuenta conversos, algunos de los cuales, como sucedía también en Sevilla, tenían apellido judío".
El año 1492 amaneció en Ciudad Real con la sensación de que un ciclo se cerraba. Los conversos, temiendo al tétrico tribunal, ya asentado en Toledo, intentaban conducir sus vidas como buenos cristianos; sus majestades, con la inestimable ayuda del ciudadrealeño Hernán Pérez del Pulgar, lograban completar la reconquista en el reino nazarí de Granada. Gran parte de la aljama en aquellos meses se había diseminado por distintos barrios de la ciudad. Algunos mantenían contactos comerciales, y tal vez algo más, con poblaciones aledañas donde vivían otros conversos. Ese año de 1492 trajo nuevos aires de cambio; los judíos que aún quedaban en la península iban a emprender viaje en pocos meses. Conversión o expulsión. Una oportunidad para poder vivir en paz o un futuro incierto pero cargado de nuevas oportunidades. Y así se gestó la nueva diáspora, alimentando la idea de que Israel es un pueblo dividido, obligado a duras elecciones, para poder sobrevivir a la luz de una vela de sabbat en una oscura habitación del Real de Barrio Nuevo o contemplando el brillo sobre un mar proceloso cargado de peligros más allá de las tierras de Sefarad.
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Bibliografía consultada
- Haim Beinart. Los conversos ante el tribunal de la Inquisición. Riopiedras, 1983.
- Yitzhak Baer. Los judíos en la España cristiana (vol. 2). Altalena, 1981.
- Manuel Cabezas Velasco. La huida del heresiarca. Círculo Rojo, 2019.
- Emilio Ruiz Barrachina. Brujos, reyes e inquisidores. Belacqua, 2003.
- Henry Kamen. La inquisición española. Crítica, 2013.
- Luis Delgado Merchán. Historia documentada de Ciudad Real. Imprenta Enrique Pérez, 1907.
- Victoria González de Caldas ¿Judíos o cristianos? Universidad de Sevilla, 2000.
- Toby Green. La Inquisición. El reino del miedo. Ediciones B, 2008.
- VV.AA. Encuentros en Sefarad. Ciudad Real, IEM, 1987.