Este proyecto

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Texto: Juan A. Flores

     Hace más de quinientos años, una parte de España partió al exilio. No hay una lista exacta de personas, pero fueron miles, tal vez entre 120.000 y 150.000 individuos. Se fueron con lo puesto y allí donde llegaron fundaron nuevas comunidades, forjaron nuevas amistades y proyectaron nuevas ilusiones. Pero hubo algo que mantuvieron celosamente como signo de identidad: una lengua. Los sefardíes siempre hicieron gala de su origen y soñaron -como el anhelo de volver a Jerusalén- con retornar a una tierra en la que vivieron durante más de mil años: SEFARAD. 

     Ya en el siglo VII se sabe que el rey Sisebuto ordenó la conversión forzosa del pueblo hebreo y muchos concilios hacen referencia a la existencia de judíos en tierras peninsulares. En la Edad Media fueron famosas las disputas con teólogos cristianos y es bien conocida la política de alianza con reyes cristianos y musulmanes. Los judíos, sin duda, contribuyeron, como parte de la sociedad peninsular, a la vida política, social y económica. De sus aljamas surgieron genios, astrónomos, filósofos, médicos, pero también astutos comerciantes y reputados orfebres. Las juderías de media España vaciadas en los distintos "pogromos" contra el pueblo hebreo, aún rezuman su sabor antiguo; a pan de sabbat, a cordero asado, a hierbas amargas de Pésaj, a adafina aún caliente,... Hoy estos espacios son iglesias o conventos y, en algunos casos, plazas, viviendas, museos y salas de exposiciones. En su día, estos lugares fueron el hogar de un pueblo que fue perseguido durante varios periodos de la Edad Media. Muchos ya fueron conversos en 1391, es decir, casi cien años antes de la expulsión. Otros se convirtieron a las puertas de la expulsión y tan solo una parte de aquel pueblo diezmado por la historia decidió marchar en busca de mejor fortuna. Muchos fueron asaltados por el camino; algunos fueron presos de berberiscos cuando salieron por puertos como el de Cartagena. Cansados del duro periplo, muchos se convirtieron; algunos en Portugal. Los conversos siempre estuvieron en el punto de mira de la Inquisición durante siglos y, por parte de las comunidades judías; considerados "anusim", poco menos que traidores. Así convivieron durante siglos como lo hicieron los chuetas en Mallorca o los habitantes de Belmonte, en Portugal. Rezando en secreto, manteniendo costumbres familiares, pero muy alejados de la liturgia, que fue perdiéndose, así como el uso del hebreo. 

     Pero una parte llegó a Portugal, al norte de África, a las ciudades atlánticas del norte de Europa, a Egipto, a los Balcanes y al corazón de Imperio Otomano. Fue allí donde surge la leyenda de la llave, esa que muchos guardaron con la esperanza de volver, de intentar abrir un día una cerradura oxidada por el tiempo, tal vez desaparecida para siempre. Para los judíos sefardíes la memoria siempre ocupará un lugar en sus tradiciones en forma de relatos, canciones, recetas de cocina,... Allí donde estuvieron hablaron su lengua; el judeoespañol, djudío, ladino u otras muchas denominaciones que se le dio a esta lengua dependiendo de la comunidad en la que se hablaba. O se convirtió en haketía, en el norte de África, una suerte de español del siglo XV mezclado con términos procedentes del árabe. El sefardí, en definitiva,  siempre se sintió parte de España y nunca jamás borró de su mente el anhelo del ansiado regreso.

Juan A. Flores. Responsable del proyecto. 
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