Judeoconversos en la Córdoba inquisitorial (I): la necesidad de una efectiva asimilación

Autor: Juan A. Flores Romero
La conquista de Córdoba por las tropas cristianas se llevó a cabo durante 1236 por Fernando III el Santo, quien nombró como oficial de la ciudad -haciendo gala de su sintonía con los hebreos- al judío Yehuda Abravanel. Este quiso dejar su impronta en la fisonomía urbana levantando una sinagoga de mayor altura que la iglesia cristiana, un hecho que hizo intervenir al papa Inocencio IV por la prohibición expresa por parte del papado de que ningún templo pagano se erigiese más metros sobre el suelo que uno cristiano. Unos años después, Alfonso X ordenaría pagar diezmos a los judíos en beneficio de la iglesia de Córdoba, y en 1256 también se los exigió a los de Sevilla, otra ciudad emblemática en el empuje cruzado del siglo XIII.
Por tanto, los judíos volvieron a Córdoba en el siglo décimo tercero tras las luctuosas experiencias anteriores vividas con los almohades, y que les hicieron abandonar el territorio para salvar sus vidas y haciendas. A pesar de los dos siglos de diferencia, no fue menor el peligro que supuso vivir en Córdoba en torno a las últimas décadas del siglo XV. En 1473, agnus horribilis, hubo una grave persecución contra los conversos, que huyeron de la ciudad hacia otras localidades más seguras al amparo de nobles que dieron cobijo y seguridad jurídica a los hebreos. Esta razzia afectó a otras plazas y en 1474 se extendió a algunas más de la meseta sur, como la comunidad de Ciudad Real; muchos de sus efectivos tuvieron que huir a Palma del Río o a la villa de Chillón, propiedad esta última del alcaide de los donceles. En 1483, una década después de tan dramático pogrom, se expulsó definitivamente a los judíos de Córdoba y Sevilla, un hecho que se considera la antesala de la gran expulsión de 1492 orquestada por la administración de los Reyes Católicos.
La decisión de echar a los hebreos reticentes a la conversión no fue otra que la de evitar un contagio hacia aquellos de sus hermanos que sí se habían convertido a la fe de Cristo. Se acusaba a algunos hebreos, como don Abraham Benveniste y su esposa, en 1485, de judaizar y predicar a los conversos, una tónica que venía siendo habitual en muchas localidades a lo largo del siglo XV, una época marcada por conversiones masivas incitadas por san Vicente Ferrer y la natural contraposición por parte de élites culturales judías que lucharon por mantener la fe en medio de un pueblo dividido entre la conveniencia y la fidelidad a su ley.
Existe bastante información sobre judíos y conversos de Córdoba en el Archivo General de Simancas. Está documentado el oficio de una gran cantidad de hebreos cordobeses durante la segunda mirad del siglo XV. Unos eran tintoreros, otros doradores, recaudadores, escribanos o sastres. Nombres propios como Yuçe Ibn Yaish, que fue recaudador de impuestos en Córdoba y otras localidades del sur entre 1483 y 1491, o Mair Malamed, que fue también instrumento de la hacienda pública durante este último año en la ciudad del Guadalquivir. Otro cordobés que practicó el mismo oficio, muy típico de judíos, fue Yuçef Abenaço. Los traperos también destacaban entre el pueblo hebreo, como Abraham Çabán, vecino del barrio de San Salvador. Otro conocido cordobés, como converso, se dedicaba al oficio de la plata y vivía cerca de la parroquia de Santa María. Por otro lado, hay documentos que atestiguan compraventas como la de un olivar en Baeza por parte de don Manuel, hijo de don Abraham Franco. Abundan también documentos de arrendamientos de viviendas por parte de judíos que pagaban la renta anual en unos cuantos miles de maravedíes y pago en especie, generalmente en gallinas, como la que arrendó un dorador de Ciudad Rodrigo llamado Yoçef, que pagó una renta anual de 4.700 maravedíes y cinco pares de gallinas vivas por Navidad.

En cuanto a la procedencia, no pocos judíos cordobeses procedían de Badajoz -como Isaque Cohen-, Llerena -como Rabí Salamón-, Medellín -como Jacob Franco- o Chillón -como Gonzalo Molho-, que era de oficio arriero. Del reino de Castilla procedían otros hebreos como Isaque, hijo de Arón, natural de Alcalá de Henares, documentado en los meses previos a la persecución de 1473 a raíz del incidente de la Cruz del Rastro, que ya se tratará en otro momento.
Hay también presencia de portugueses, un hecho que sería muy habitual en los siglos siguientes en la ciudad de Sevilla, que traían sus costumbres y una fe encubierta conocida como marranismo. En la ciudad califal contamos con mercaderes lusos como Fayn, natural de Serpa (Portugal) o con latoneros como Abraham Galerón y su mujer, Franca, quienes pusieron a servir a su hija Blanca, en 1471, con diez años "en casa de Inés García, viuda de Gonzalo Sánchez, por espacio de ocho años durante los cuales le darían cama, comida, vestido, calzado, vida razonable y 4.000 maravedís en ajuar", según nos revela el estudio de José A. García Luján, y que nos indica el origen humilde de ciertas familias de sangre hebrea.
Entre los judíos y conversos registrados en Córdoba en fechas anteriores a la expulsión de 1483, tomando como base el Archivo de Protocolos Notariales de Córdoba, hay muchos que residían en la collación de San Bartolomé y algunos otros en San Salvador y Santa María. Entre las actividades más habituales de las que vivían figuraban los oficios de tintorero, dorador, escribano mercader, trapero, platero, arrendador, recaudador y prestamista, trabajos que, como se figurarán, están muy alejados de las actividades agropecuarias de las que pocos judíos participaban en aquella época y que tiene una explicación; los trabajos que desempeñaban los judíos implicaban facilidad para cambiar de lugar por las frecuentes persecuciones a las que se veían expuestos. Estar adscrito a la tierra suponía abandonar los bienes raíces en caso de tener que desplazarse de forma forzosa, algo que ha acompañado siempre al pueblo judío.
En todo el territorio nacional -quizá por interés- hubo una tendencia masiva a la conversión desde inicios del siglo XV, porque el estado moderno vería con recelo que las minorías pudiesen desestabilizar un reino unido bajo una misma directriz política. Esto lo sabían los judíos; en su memoria persistían episodios muy desagradables a lo largo del siglo XV en sus viejas aljamas. Estado e Iglesia deberían ir, desde este momento, de la mano en pos de una unidad en torno a una monarquía autoritaria. Los judeoconversos debían, pues, formar parte de ese proyecto o exponerse a una persecución continua y, en ciertas circunstancias, optar por el exilio. Por tanto, la conversión (sincera o fingida) fue la tónica general entre la población hebrea, aunque los expertos no se ponen de acuerdo en el número, pues tenemos la estimación de 300.000 individuos que abrazaron la cruz, que defiende Domínguez Ortiz, y los 700.000 que calcula Benzion Netanyahu. Las conversiones trajeron pareja la necesidad de control de esa fe. Según Caro Baroja, "la Inquisición se creó para controlar la vida religiosa de los conversos" y no tanto para cuestionar las prácticas judías o musulmanas que desde finales del siglo XV quedaron relegadas a la inexistencia, si bien los moriscos se mostraron muy reacios a la asimilación -¡mucho más que los hebreos!- y aceptar la única fe permitida.
La institución de la que habla Caro Baroja se mostró implacable, fundamentalmente en la meseta sur. Concretamente en Córdoba, entre 1483 y 1516 se relajaron 263 conversos en persona y 24 en efigie, bajo la batuta del inquisidor Diego Rodríguez Lucero, con fama de sanguinario y cruel, lo que le llevó a granjearse la enemistad de muchos nobles que protegían a la población conversa, en no pocas ocasiones por un interés económico.

Uno de los fenómenos más llamativos desde el inicio del Santo Oficio fue la movilidad geográfica; un hecho que ofrecía una oportunidad a miles de familias que pretendían comenzar una nueva vida, en muchas ocasiones bajo el amparo de otros apellidos adoptados de entre la grey cristiana o castellanizando, por medio de diferentes fórmulas, apellidos hebreos. Como apunta García Luján, "de esta manera, familias como los Aragonés encontraron su tierra de promisión en Lucena o Palma del Río, así como los Herrera o los Sánchez Lévi en el vecino reino de Granada". En este último porque la Inquisición no se instaura hasta 1526 y el lugar brindaba una excelente oportunidad para el comercio de la seda o el oficio de arrendador o administrador de rentas. Estas profesiones ayudaron a determinadas familias conversas a continuar con su ascenso social, siendo el caso de los Herrera de Córdoba en Granada y, concretamente, en Guadix. Otra familia granadina de judeoconversos es la de los "Córdoba", que eran originarios de la rama de los Sánchez Lévi.
En toda la ciudad califal comenzaron a proliferar apellidos conversos como Cazalla, Herrera, Toledo, Aragonés,… cuya actividad principal se centraba en el comercio y la artesanía. Estos súbditos quisieron vivir con cierta normalidad pasando desapercibidos entre la población cristiana que había repoblado las ciudades y villas reconquistadas fundamentalmente desde el siglo XIII. No obstante, la vida de los conversos se desarrolló con la espada de Damocles de la sospecha infundada y la necesidad, en ciertos casos, de verse obligados a cambiar súbitamente de identidad. Esa idea del miedo continuo es cuestionada por autores como Márquez Villanueva, que apunta que "en realidad los conversos pudieron llevar casi siempre una vida bastante tranquila y decididamente próspera a condición de que tuviesen prudencia y la buena fortuna de no crearse enemigos que algún día les pudieran empatar las probanzas de algún hábito o testimonio contra ellos en la práctica de algún vago y casi folclórico signo de judaísmo". Era "conditio sine qua non" para poder vivir en paz: pasar por buenos cristianos alejados de cualquier absurdo coqueteo con la religión mosaica. Con el tiempo, proliferaron entre los más avispados los cargos municipales y eclesiásticos, algo muy común en otras ciudades castellanas como Toledo donde, según el profesor Aranda Pérez, "casi un tercio del cabildo de jurados era de origen converso en el siglo XVI, y nada menos que la mitad en el siglo XVII".
Entre las poblaciones conversas de las capas bajas y medias de la meseta sur se produjo cierta endogamia ya que emparentaban generalmente entre familiares o miembros de sus viejas comunidades. Es decir, hubo hasta cierto punto una conciencia de pertenencia a un pueblo ancestral, aunque alejados de las prácticas mosaicas; en cambio, las capas altas de los cristianos nuevos lograron emparentar con miembros de las aristocracias urbanas, asimilándose con una oligarquía que iba a ser protagonista en la vida político-administrativa y cultural durante toda la Edad Moderna. Y así, por ejemplo, los Fernández de Córdoba ocuparon cargos de escribanos públicos, clérigos o tesoreros de la cruzada, siendo una de las familias más influyentes en la meseta sur durante los siglos posteriores.

En los
siglos XVI y XVII proliferaron las fundaciones pías que estaban estrechamente
emparentadas con la tzedaká judía por cuanto supuso una bolsa de caridad destinada a los miembros de la comunidad más necesitados, una práctica muy arraigada posteriormente
en cofradías y hermandades cuyos titulares fueron cristos y vírgenes. Los judeoconversos tuvieron también un papel muy
activo y relevante en la fundación de capellanías, patronatos y hasta cofradías
cristianas. Para consolidar esta asimilación, se produjeron manipulaciones
genealógicas con la finalidad de borrar un pasado converso y así ser aceptados más
fácilmente en agrupaciones religiosas católicas, muy apegadas a las
directrices de Trento; otros emparentaban con familias de rancio abolengo o
tomaban apellidos que podía camuflar un evidente origen hebreo. Ese "engaño
genealógico" era muy típico de familias que participaban activamente en un
decidido ascenso social, como la estirpe de los Arias Dávila.
Todas estas cuestiones
han sido muy estudiadas y documentadas por el profesor Soria Mesa quien asegura
que "la genealogía es un instrumento de poder en sí mismo; un arma de
ascenso social al servicio de ocultación del mismo ascenso". Todo esto fue
necesario para completar un proceso de asimilación y ocultación del origen
hebreo por parte de un nutrido grupo de cristianos nuevos decididos a
normalizar su vida en la España Moderna, una tendencia que se tambaleó con la
presencia en décadas posteriores de poblaciones de marranos o criptojudíos procedentes
de Portugal, y asentados en un buen número de localidades andaluzas, que iban a
ir introduciendo de nuevo el recuerdo de un pasado judío que, en algunas
familias, aún no se había borrado, y que contribuyeron a avivar con ciertas
prácticas que resultaban delictivas para el Santo Oficio, un marranismo que se
entiende como una "religión peculiar" ampliamente rechazada de manera explícita
tanto por cristianos como por judíos.
Bibliografía
- José A. García Luján. "Judíos y conversos en Córdoba durante el reinado de Enrique IV (1460-1475)".
- Margarita Cabrera. "El problema converso en Córdoba. El incidente de la cruz del rastro". Universidad de Córdoba.
- Isabel Larrea Castillo y Jesús Pijuán Sánchez. "Expedientes de limpieza de sangre de los cofrades de la Santa Caridad en el archivo de la diputación de Córdoba".
- Nereida Serrano Márquez. "Integración y ascenso social de una familia judeoconversa: el caso de los Ramírez de Lucena (Córdoba)". Universidad de Córdoba.
- Francisco I. Quevedo Sánchez. Familias en movimiento. Los judeoconversos cordobeses y su proyección en el reino de Granada (ss. XV-XVII). Tesis doctoral. Granada, 2015.
- Francisco I. Quevedo Sánchez. "Engaño genealógico y ascenso social. Los judeoconversos cordobeses".
- Francisco I. Quevedo Sánchez. "Nobles judeoconversos: los oscuros orígenes del linaje Córdoba-Ronquillo". Universidad de Granada.
- Manuel Moreno Valero. Judíos y limpieza de sangre en Pozoblanco. Pozoblanco, 2006.
- María Isabel Martín Fernández. Referencias judaicas en la poesía satírica de Quevedo.
- Máximo Diago Hernando. Judíos y judeoconversos en la Corona de Castilla en los siglos XIV, XV y XVI.
- VV.AA. Crónica de Córdoba y sus pueblos (XIX). Ilustre Asociación Provincial Cordobesa de Cronistas oficiales. Córdoba, 2013.
- Javier Carrión. Diario de viaje. Jaén, Lucena y Córdoba: el triángulo judío de Andalucía. Caminos de Sefarad.