Descubriendo a los marranos de la Raya portuguesa (II): persecución, identidad y clandestinidad
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Autor: Juan A. Flores Romero
Utilizando como fuente hemerográfica las publicaciones del Diario de Extremadura en agosto de 2015, podemos deducir la fuerte presencia de criptojudíos en la comarca del Alentejo y concretamente en la ciudad de Évora. Una población que en parte era oriunda de Portugal y, por otro lado, había ido llegando desde España a partir de las distintas oleadas de expulsiones, sobre todo la de 1492. Este diario alertaba sobre los restos humanos encontrados en una escombrera, concretamente doce esqueletos correspondientes a criptojudíos de los siglos XVI y XVII, y tildaba el hecho de "uno de los hallazgos más notables de Portugal". Menciono y cito textualmente algunos comentarios publicados en este diario el 26 de agosto:
- Los restos de tres hombres y nueve mujeres hallados por un equipo de investigadores lusos han servido para descubrir dónde y cómo eran sepultados los judíos acusados de ser herejes por no renunciar a su fe.
- El antropólogo Bruno Magalhães, miembro del equipo, reconoció que ya sabía que los judíos no eran enterrados en cementerios católicos, pero solo ahora descubrieron con exactitud qué es lo que hacían con ellos: arrojaban sus restos a la escombrera.
- El objetivo era castigar "no sólo el cuerpo de la persona, como también castigar su alma", expuso Magalhães. Otra clase de herejes tenían derecho a otro tipo de entierro: "Hay una gran diferencia para determinar el funeral, según la acusación.Por ejemplo, uno acusado de bigamia iba enterrado a una iglesia", agregó.
- Murieron sin ser procesados; las investigaciones también han desvelado que estos judíos herejes ni siquiera había llegado a ser condenados muerte y fallecieron encarcelados. "Tiraban allí a las personas que morían mientras estaban en la cárcel y esperaban ser juzgados. Se nota perfectamente", explicó Magalhães.
- El material fósil, encontrado en una escombrera localizada en el patio del antiguo palacio del Santo Oficio, pertenece a herejes que fallecieron en Évora entre 1568 y 1634, en pleno auge de estos altos tribunales católicos conocidos como el Santo Oficio.
- Se han encontrado mil huesos más; junto a los restos de los 12 judíos, los investigadores identificaron cerca de 1.000 huesos que podrían pertenecer a otros 16 prisioneros.
- Las excavaciones, que se iniciaron en el 2007 por la Universidad de Évora y una empresa arqueológica, contaron con el apoyo de antropólogos asociados al Museo del Congreso y de la Inquisición, en Perú, y al Museo de la Historia de la Inquisición, en Brasil, países colonizados por España y Portugal, respectivamente.
- Portugal y la vecina España, así como sus posesiones en Latinoamérica, figuran como representantes de la Inquisición más agresiva, especialmente España, donde colearon ignominiosas prácticas medievales.
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"Un grupo de arqueólogos que realizaba excavaciones rutinarias en Évora (Portugal) no esperaban el horror que estaba a punto de aparecer ante sus ojos: una docena de cuerpos de víctimas de la Inquisición arrojados allí hace 400 años. Tras los análisis pertinentes a los cuerpos y a las pruebas documentales halladas, descubrieron que los restos pertenecían a personas condenadas por esta institución eclesiástica por haber practicado el judaísmo, los cuales fueron arrojados sin miramientos junto a la basura normal. Según explican en el estudio publicado en el último número de la Revista de Antropología y Arqueología los arqueólogos Bruno Magalhães, Teresa Matos Fernandes y Ana Luísa Santos de la Universidad de Coimbra, encontraron varios detalles históricos de los registros de la Inquisición, los restos mortales completos de doce adultos y mil huesos que corresponderían a otras 16 personas", concluye el diario.
"Según explican los arqueólogos, el patio portugués, utilizado entre 1568 y 1634, estaba vinculado a una cárcel construida por el arquitecto Matheus de Couto y vinculada a la Inquisición en aquella época. El estudio afirma que «el sedimento que rodea a los esqueletos está mezclado con una capa de residuos domésticos, lo que sugiere que los cuerpos fueron depositados directamente sobre el vertedero». Los registros históricos también muestran que al menos 87 personas murieron en la cárcel de Évora en esos años y que muchos de ellos podrían estar enterrados en ese patio. Los arqueólogos suponen que todos ellos fueron considerados herejes por la sociedad portuguesa", continúa relatando el diario..
"La Inquisición de Portugal se inauguró en 1536 tras las presiones de España. Los individuos percibidos como herejes por la Iglesia Católica fueron perseguidos y juzgados, así como los sospechosos de practicar el judaísmo en secreto. Según los historiadores, más de 40.000 personas murieron como resultado de esta caza de brujas", expresa literalmente este diario que recogió muchas de las investigaciones realizadas sobre la suerte de las miles de personas que fueron asesinadas en esta noche oscura de la Historia.
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Estas muertes y ajusticiamientos guardan relación con el clima de antijudaísmo en el Portugal del siglo XVI que tiene como colofón la conocida matanza de Lisboa de 1506. En plena Pascua, una turba inició una persecución en toda regla contra la comunidad conversa, asesinando a cientos de personas bajo la acusación de ser judaizantes.
Estos hechos marcaron dos actitudes de estas comunidades que vieron en peligro sus vidas y sus propiedades; por un lado, la conversión fingida y el riesgo de ser procesados por criptojudaismo; y, por otro lado, la emigración a otros lugares del mundo, incluida América. En este sentido, los judíos, de tradición emprendedora, no tuvieron demasiados problemas a la hora de buscar nuevos horizontes para iniciar una nueva vida y aprovechar todas aquellas oportunidades que se les ofrecía, llegando a iniciar negocios, sobre todo con el azúcar, en la zona de Brasil, Guyanas, Jamaica e incluso llegando a las costas de Nueva Ámsterdam, que posteriormente daría origen a la populosa ciudad de Nueva York.
La autora Lorena Roldán Paz, por su parte, en "Los marranos portugueses en Andalucía", realiza un estudio serio sobre aquellas comunidades criptojudías que pasaron desde Portugal hasta zonas de Andalucía, aunque también fueron numerosas las familias que se fueron asentando en Extremadura. Recientemente, con la oferta (no exenta de polémica) del estado de Israel de ofrecer la nacionalidad a los antiguos sefardíes y descendientes de ellos, tanto judíos como anusim (forzados), un decreto portugués señaló una lista de apellidos de origen judío: "Alvares, Caetano, Duarte, Elias, Lemos, Machado, Oliveira, Pessoa, Rodrigues, Silva, Vargas, etc". Indicando que era "una práctica común entre los judíos forzados a convertirse era ocultar sus apellidos o cambiarlos por nombres de animales, plantas o lugares (Cáceres, Flores, Rosales, Nogales, Ramos, Romero,...). Hay centenares de procesos inquisitoriales con personas que ya portaban estos apellidos, aunque su apellido familiar hebreo fuese, por ejemplo, Ben Eliezer, y en casa contase con un nombre hebreo además del gentil, que era el que se usaba habitualmente. Un judío puede llamarse Elihaju (Elías) y responder a un nombre gentil. También era muy habitual en las comunidades judías asquenazíes, en Centroeuropa, que en el siglo XVIII fueron obligados a adoptar apellidos más germanos, como Einstein, Goldmann, Mendelsohn, Bauman, Friedman, Spielberg o Miller. En las familias más observantes se siguió utilizando internamente el nombre en hebreo, especialmente en las zonas rurales como Galitzia (región encuadrada entre varios estados de Centroeuropa). De hecho, muchos judíos de origen europeo, al emigrar a moderno estado de Israel, adoptaron nombres distintos a los usados en sus países de origen, como fue el caso de Golda Meir (primera ministra de Israel), nacida Golda Mabovitch, o el padre del hebreo moderno, Eliezer Ben Yehuda, nacido con el apellido Perelman. En el mundo hebreo, algunos apellidos como Peres (Pérez) o Moreno (More-einu, cuyo significado es "maestro"), también pueden guardar un pasado hebreo.
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Como apuntaba anteriormente, muchos judíos portugueses pasaron la frontera con España y se reasentaron en regiones como Andalucía. Así lo recoge el interesante trabajo de Lorena Roldán:
"Desde finales del siglo XVI y a lo largo del XVII, las tierras andaluzas, al igual que muchos otros puntos de la corona de Castilla, recibieron amplios contingentes de cristãos novos, esto es, de judeoconversos oriundos de Portugal. El fenómeno alcanzó tal intensidad y significación que, desde determinado punto de vista, el seiscientos ha sido definido como la etapa de los cristianos nuevos portugueses.
Varias son las causas que ayudan a entender este flujo migratorio. Por un lado, hay que considerar la ferocidad que, durante la segunda mitad del siglo XVI y en respuesta al clamor popular y clerical, demostraba el Santo Oficio lusitano en la represión de la herejía judaizante. A ello se sumaba una coyuntura económica depresiva en el reino vecino -crisis de subsistencias, presión demográfica, declinación del imperio luso de ultramar, que ya acusaba la competencia de Inglaterra y Holanda-, lo que indujo a numerosos judeoconversos, sobre todo quienes frecuentaban por motivos profesionales ámbitos comerciales de diferente calibre, a acariciar la idea de marchar a enclaves con perspectivas de futuro más halagüeñas, como lo era Andalucía. Por si este conjunto de circunstancias no bastaran, la incorporación de Portugal a los dominios hispánicos en 1580 iba a acrecentar de manera definitiva la llegada de neocristianos portugueses, ya que estos no dudaron en aprovechar la desaparición –pasajera– de los obstáculos fronterizos para optimizar sus condiciones vitales. El panorama no podía ser más propicio para esa emigración masiva, que, no obstante, experimentaría un último impulso durante el valimiento del conde duque de Olivares (1622-1643). En efecto, el favorito de Felipe IV, en su propósito de sanear la alicaída hacienda hispana, decidió desarrollar una política de colaboración con los homens de negócios lusos, un acercamiento que se tradujo en ciertos beneficios para el conjunto de la minoría y que alentaría a no pocos judeoportugueses a trasladarse hasta suelo castellano.
Ni que decir tiene que la región andaluza se alzaría como uno de los destinos predilectos para los emigrados, ya que sus características geoeconómicas la convertían en un lugar especialmente atractivo: su estratégica ubicación, constituyendo una especie de enlace entre el Mediterráneo y el Atlántico, así como entre Europa y África; sus buenas comunicaciones con el exterior, particularmente en lo referido a su superficie más llana, el valle del Guadalquivir y la costa; el dinamismo de su actividad comercial, fomentada por una boyante agricultura y una no menos importante artesanía; o el protagonismo andaluz en lo que toca al comercio con América funcionaron como poderosos alicientes.
Sin embargo, aquel aflujo poblacional pronto acarreó problemas en la sociedad de acogida, pues vino a revitalizar, después de una fase de relativo adormecimiento, el añejo problema de los judeoconversos o, más bien, de los judaizantes, es decir, de los falsos convertidos al cristianismo, que profesaban el judaísmo en la clandestinidad. No puede olvidarse que la peculiar trayectoria histórica de los judeoportugueses determinó que muchos de ellos continuaran apegados a la fe de sus mayores: primeramente, descendían, en bastantes casos, de los expulsos en 1492, o de judíos que, con anterioridad a esa fecha, se trasladaron al cercano territorio luso para escapar de las adversidades padecidas en Castilla y Aragón, e incluso de prófugos inquisitoriales. Esto significa que tenían por ascendientes a individuos vigorosamente aferrados al credo judaico, a pesar de los graves perjuicios que para ellos comportaba. Por otra parte, al promulgarse la deportación mosaica de Portugal en 1496-1497, Manuel el Afortunado, para eludir la pérdida de unos súbditos diligentes, trabajadores y buenos contribuyentes, frustró la alternativa emigratoria inicialmente contemplada en el decreto, con lo cual la opción del bautismo presentó, de facto, un carácter obligatorio y coercitivo. Complicando más la situación, a estas cristianizaciones no siguieron campañas de adoctrinamiento, ni tampoco se emprendió una rigurosa labor de fiscalización sobre la rectitud espiritual de los neófitos, pues el soberano portugués se comprometió a no investigarlos en un plazo de dos décadas, luego prorrogado dieciséis años más. De igual modo, las más tempranas actuaciones del Santo Oficio luso, instituido en 1536, sobresalieron por su moderada contención. No extraña, por ende, que en el fuero interno de la mayoría de los cristãos novos instalados en Andalucía la religión judía se mantuviera muy viva. Tanto es así que, para la generalidad de la sociedad andaluza del XVII, el portugués y el judío, sometidos a una identificación inevitable y automática, se transformaron en conceptos sinónimos, en realidades equiparables.
Ahora bien, el judaísmo de estos judaizantes era especial, puesto que, debido al contexto de ocultación y aislamiento en que había de subsistir, no podía ajustarse con estrictez al canon ortodoxo mosaico, y su distorsión con respecto a este resultaba ineludible. La especifidad de este singular judaísmo justifica que sea denominado con un término propio: marranismo, de donde deriva la expresión marranos que se aplica a sus practicantes.
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Por lo demás, la nutrida llegada de criptojudíos lusitanos no solamente fue conflictiva por cuestiones religiosas. El diligente y fructífero desenvolvimiento que aquellos hombres mostraban en las ciudades donde se establecían no tardó en suscitar recelos y envidias entre sus vecinos cristianos viejos, pero también entre los judeoconversos castellanos, con los que no siempre entablaron relaciones fluidas. Piénsese que entonces, en pleno siglo xvii, se vivían unos tiempos adversos, de estrecheces, en los que, con relativa facilidad, afloraba la competencia por prosperar y superar las precariedades del momento. En ese estado de rivalidad generalizada, todos luchaban contra todos, incluidos unos judeoconversos contra otros. Numerosos marranos portugueses se asentaron en las poblaciones más dinámicas y pujantes de Andalucía (Sevilla, Granada, Córdoba, Málaga, Antequera…), donde acometieron variados negocios mercantiles y financieros de diversa entidad, a la vez que se introdujeron en la administración local con bastante éxito, asumiendo regidurías, juradurías, fielatos, etc. El ambiente de malestar y desconfianza que se gestó en consecuencia enrareció la coexistencia entre unos y otros, y cada cierto tiempo estallaban episodios de hostilidad. Sabemos, por ejemplo, que en 1637 las calles de Málaga se cubrieron de pasquines, alertando a la ciudadanía sobre la amenaza de los judíos, quienes tramaban adueñarse del país. Obviamente, la crisis desatada en la urbe malagueña con motivo del mortífero contagio pestilencial de ese año hubo de propiciar tal enturbiamiento de las relaciones, máxime hacia un sector de la población que, ya de por sí, despertaba antipatías y que, como ha evidenciado el decurso histórico en infinidad de ocasiones, constituía el perfecto chivo expiatorio en momentos de dificultades. Incluso hay noticia del ataque por parte de habitantes del lugar a un grupo de judeoportugueses que se disponían a abandonar la ciudad por barco, despojándoles de sus pertenencias y resultando heridos varios de ellos.
Por último, fruto de esta importante inmigración de marranos, se intensificaron las redadas inquisitoriales y los procesados por judaización acrecieron su cifra, especialmente tras la caída política de Olivares, a cuya labor de protección hacia la minoría ya hemos hecho mención. Durante la segunda mitad del siglo xvii se celebraron en Andalucía dos autos generales, donde oyeron sus sentencias un alto número de conversos lusos, condenados como herejes judaizantes: el primero de ellos tuvo lugar en Córdoba, el 3 de mayo de 1665, y el segundo en Granada, el 30 de mayo de 1672".
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Por su parte, y saliendo ya del fabuloso trabajo de Lorena Roldán, son muchas las comarcas andaluzas que dan fe de esta presencia de "cristianos nuevos ", entre ellos muchos judaizantes. Una de ellas es la cordobesa comarca de los Pedroches e incluso se piensa que poblaciones como Pozoblanco fueron nutridas de estos contingentes procedentes de otros puntos de Andalucía, muchos de ellos huyendo de los aún implacables tribunales inquisitoriales, aunque la presencia en esta villa es anterior, como indica la página de Turismo Los Pedroches: "Pozoblanco tuvo su origen en el s. XIV. Existe la creencia de que fue consecuencia de la colonización al instalarse judíos enviados desde Córdoba tras ser liberadas estas tierras de musulmanes, aunque la tradición cuenta que su origen tuvo lugar al asentarse en dicho lugar un grupo de pastores que huían de la peste desatada en Pedroche. Dicho asentamiento se produjo donde hoy se ubica el Pozo Viejo, auténtico símbolo de la ciudad que le dio el nombre actual de Pozoblanco". El autor local y sacerdote, Manuel Moreno Valero, también deja constancia en sus escritos de esta presencia de judíos y judaizantes en las tierras de Pozoblanco y Los Pedroches a lo largo de la Edad Moderna.
Puede asegurarse que los hijos de aquellos expulsados en 1492 y 1497 terminaron vagando por muchos lugares de esta península, optando algunos por permanecer en Portugal como criptojudíos -especialmente en la zona de la Raya- y otros por seguir probando fortuna más allá del territorio lusitano, desplazándose a tierras andaluzas, extremeñas, leonesas, etc. Muchas familias mantuvieron contacto con sus hermanos que seguían practicando el judaísmo en la comercial Ámsterdam o en la alejada Estambul. Otras comunidades sefarditas se asentaron en el norte de Italia (especialmente en Ferrara), en Salónica, en Sarajevo y en otros puntos de una Europa donde siempre fueron puestas en tela de juicio, y que sufrieron, como tras muchas comunidades hermanas asquenazíes del resto de Europa, la crueldad de los campos de exterminio . Los sefardíes también fueron perseguidos, capturados y exterminados en muchos puntos de Europa, como los anteriormente mencionados de Salónica y Ferrara, en la primera de estas ciudades fueron enviados a la muerte unos 53.000 sefardíes en trenes de animales.
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En este anexo se anotan los apellidos sefardíes-portugueses que reconoce el gobierno de Portugal para ofrecer la ciudadanía (el listado de los españoles es aún más amplio):
La lista completa de apellidos que te permiten sacar la ciudadanía portuguesa
Estos apellidos sefardíes son aceptados por el Gobierno de Portugal para comenzar el trámite de repatriación:
- Abreu
- Albarrán
- Alvarado
- Amador
- Arizpe
- Arosemena
- Asilis
- Avila
- Baquerizo
- Behar
- Bohman
- Brondo
- Calderón
- Campuzano
- Canseco
- Cantú
- Carranza
- Castellanos
- Castillo
- Cohen
- Coronel
- Cossio
- Davila
- Dávila
- Díaz
- Domene
- Elizondo
- Elmudesi
- Esteva
- Facha
- Feris
- Flores
- Franco
- Ganem
- García
- Garza
- Gautier
- Gonzalez
- Gracia
- Guajardo
- Guerra
- Guillen
- Gutierrez
- Hidalgo
- Iglesias
- Jasso
- Kronfle
- Leal
- León
- Leschhorn
- Llaguno
- López
- Lozano
- Madero
- Manllo
- Marchena
- Martinez
- Medina
- Mejia
- Mejía
- Mercado
- Obregon
- Obregón
- Ortiz
- Ostos
- Oyervides
- Pardo
- Parra
- Peña
- Pintado
- Ripley
- Rodriguez
- Ruiz
- Sada
- Salamanca
- Salazar
- Saldaña
- Salinas
- Selman
- Serna
- Stern
- Tamariz
- Toral
- Treviño
- Trujillo
- Uribe
- Urrutia
- Valenzuela
- Velazquez
- Villalón
- Villareal
- Wise
- Zertuche