Los marranos de Ámsterdam, a la sombra de una fe difusa y una comunidad en construcción

12.12.2024

Autor: Juan Antonio Flores Romero

     Los Países Bajos se constituyeron en el centro financiero y espiritual más relevante de la "Nación portuguesa" durante el siglo XVI y XVII; entendemos por Nación el conjunto de instituciones sociales, religiosas, culturales y de auxilio social que conformaron los marranos portugueses -y muchos descendientes de españoles- y aquellos que retornaron a la fe de sus ancestros. En aquel marco político de las Provincias Unidas, se garantizaba la libertad religiosa recogida en la Declaración de Utrecht en 1579 si bien la religión judía estuvo estrechamente vigilada por las autoridades, de modo que, según Fuks-Mansfeld, "no todos los hombres de negocios portugueses que se afincaron en Ámsterdam optaron por abrazar el judaísmo". Eran tiempos de incertidumbre en los que era mucho más prudente ser parte de cualquier iglesia cristiana y no exhibir abiertamente un judaísmo que nunca estuvo bien considerado en aquellos lares tan reformistas.

     Los comerciantes sefardíes, conversos o no, pero miembros de la Nación, utilizaron Amberes como plataforma comercial para posteriormente ir asentándose en otras ciudades de las tierras holandesas. Hasta 1647 no hubo judíos en Rotterdam y fueron los criptojudíos provenientes de Amberes los que se fueron asentando allí con mejor o peor fortuna. Grandes imperios económicos se fueron forjando en aquel eje flamenco, entre ellos los que fundaran los hermanos Gil Lopes de Pinto y Rodrigo Álvares.

     En Ámsterdam, alrededor de 1608, se van formando dos comunidades sefarditas, la de Beth Yaacov (hogar de Jacob) y la de Nevé Shalom (casa de la paz). La residencia de Samuel Palache, emisario y cónsul del sultán de Marruecos en las Provincias Unidas, fue la base en la que se fueron gestando muchas reuniones de la Nación en su periodo de construcción como comunidad religiosa. Aparte de la función religiosa, primaba la actividad financiera. Los judíos sefarditas fueron intrépidos negociantes, comerciantes de las Compañías de Indias, prestamistas, importadores y hasta corredores de bolsa. Se estima que un 10% de los corredores de bolsa de Ámsterdam eran judíos, en una población aún muy minoritaria, y financiaban complejas expediciones comerciales a América. Se calcula que los miembros de la comunidad Talmud Torah de Ámsterdam alcanzaba los 2.500 miembros frente a los 2.000 judíos askenazíes y una colonia de unos 500 judíos lituanos expulsados por los suecos. Además, como apunta Yosef Kaplan, "los judíos monopolizaron durante algún tiempo el comercio y la fabricación de azúcar". Este se convirtió en un gran negocio desde el siglo XVII entre los sefardíes, al igual que el chocolate entre aquellos que residían entre Burdeos y Bayona. La industria de la seda, el tabaco y la talla de diamantes -especialmente en Amberes- completaban los ejes económicos de los miembros de la Nación.

     La comunidad sefardí de Ámsterdam experimentó un crecimiento entre los años 1609 y 1621 coincidiendo con la tregua de las Provincias Unidas con España. Para hacernos una idea, estaríamos hablando de que en 1612 habría unos 500 individuos y en menos de una década se duplicó esta cifra. Desde entonces, esta comunidad no paró de crecer mezclándose también con judíos procedentes del Este de Europa que iban llegando a la Venecia atlántica tras experimentar la persecución y el exterminio por parte de los polacos. Gran parte de la comunidad sefardita de Ámsterdam se componía de criptojudíos y descendientes de aquellos conversos que huyeron de la Península Ibérica con el fin de retornar el judaísmo. Desde 1720 -en plena época de la especulación financiera de las bolsas británicas y holandesas- los sefarditas ya habían adoptado la cultura de los Países Bajos y hablaban cotidianamente el neerlandés, reservando el portugués y el español para las reuniones religiosas o la sinagoga.

     En muchos descendientes de judíos aún resonaban las palabras del edicto de expulsión de 31 de marzo de 1492, redactadas por Juan de Coloma, como secretario de los Reyes Católicos y que reafirmaban a los judíos en su intención de echar raíces en las comunidades del exilio:

     "… salgan con sus fijos é fijas é criados é criadas é familiares judíos, así grandes como pequeños, de cualquier edad que seyan, é non seyan osados de tornar á ellos de viniendo nin de paso, nin en outra manera alguna…".

     En otros artículos tratábamos de poner de relieve el alto grado de vigilancia que ejercía la Inquisición de España y Portugal sobre los conversos, especialmente en la primera mitad del siglo XVI. La llegada de contingentes desde tierras de Sefarad abrió el abanico de creencias en la cosmopolita ciudad holandesa. No pocos retornados a la fe judía fueron bastante díscolos en sus nuevas comunidades, pues ya habían experimentado en España y Portugal cierto sincretismo religioso que les animó a practicar unos ritos y unas creencias nada ortodoxas. De esas filas surge Baruch Spinoza o Uriel da Costa y, en palabras de Josef Kaplan, practicaron un "judaísmo no confesional" abriendo las puertas a corrientes deístas o iluministas y generando un verdadero debate teológico en el seno de una comunidad judía que luchaba entre la tradición y la apertura al mundo.

     Por su parte, los criptojudíos fueron excluidos y despreciados por los propios judíos de Ámsterdam, a pesar de que Henry Kamen apunta que históricamente judíos y conversos han compartido siempre el mismo destino. No se les consideraba herederos de un judaísmo serio y se mostraban bastante críticos con los preceptos mosaicos. Algunos hebreos eruditos como Orobio de Castro -nacido en Braganza en 1620, hijo de cristianos nuevos, que llegó a Ámsterdam huyendo de la Inquisición- distinguieron entre "Israel" (nación formada por judíos) y "la simiente de Abrahán" (conversos y retornados a la fe hebrea). Estos últimos estaban excluidos de la vida sinagogal de la Ámsterdam del XVII al igual que los negros y mulatos -sirvientes de familias hebreas acomodadas- convertidos a la fe judía. Incluso para los enterramientos, los criptojudíos y conversos tenían un lugar especial para no mezclarse con el resto de los finados hebreos, aunque fuesen de la misma sangre y, de este modo, tenían un sector diferenciado en el cementerio de Ouderkerk, a las afueras de la ciudad de los canales.

     Los sefardíes de Ámsterdam comenzaron a establecer relaciones comerciales y sociales con los judíos orientales o asquenazíes que llegaban a Ámsterdam huyendo de los pogromos de Chmielnicki en Polonia. Estas relaciones fueron en muchos momentos bastante complicadas y tensas entre ambas comunidades. Existían notables disensiones en el modo de sacrificar reses, algunas costumbres o tradiciones e incluso en las oraciones de una y otra comunidad, entendiendo que el judaísmo no es una confesión monolítica, sino que se adapta al suelo donde se desarrolla. Los matrimonios mixtos estaban mal vistos y cada una de las comunidades celebraba enlaces religiosos con los de su propio pueblo.

       La relación, en cambio, entre los sefarditas de Ámsterdam, Londres o Hamburgo fue bastante fluida y, a juicio de Kaplan, muchas familias mantuvieron estrechos lazos con sus parientes de Sevilla, Málaga, Lisboa u Oporto.

     También es destacable la diferencia económica entre unas familias y otras. Sabemos que Ámsterdam era uno de los epicentros económicos y financieros del mundo y que los judíos canalizaban un pellizco importante del comercio internacional. Aun así, un 30% de sus efectivos vivían de las limosnas, de las cajas de solidaridad, que ya eran muy habituales en Sefarad. La Tzedaká es un precepto judaico que tiene que ver con el concepto de caridad entre los miembros de la comunidad; su filosofía es impedir que ningún miembro de pueblo de Israel viva carente de los medios suficientes para subsistir y que marca un antecedente de lo que hoy denominamos "estado social".

     Los judíos sefarditas holandeses fueron solidarios con los suyos, pero muy duros con aquellos que se apartaban de la recta doctrina religiosa de su comunidad; así pues, persiguieron a los caraítas, una secta judía que nace en el siglo VIII, y que no reconocen el Talmud ni la Ley Oral, rigiéndose tan solo por las Escrituras. Aquellos judíos desprendidos de su pasado converso y que llegaban a Ámsterdam experimentaron una fuerte crisis de identidad ya que encontraron demasiados obstáculos para ser aceptados. Unos incluso retomaron la fe cristiana y otros se alinearon con los caraítas que, en la Europa desarrollada y heterodoxa del siglo XVII, habían encontrado bastantes adeptos. Estos hebreos apartados del judaísmo rabínico -comúnmente aceptado desde la diáspora del año 70 d. C.- reivindicaron su espacio religioso cismático y fueron sumando neófitos que discutían el valor de la Misná, el Talmud y que consideraban la Cabalá una obra demoníaca y sin ninguna vinculación con la fe de Moisés. Esta secta también consideraba una tradición estéril el uso de mezuzá a la entrada de las casas o ciertos preceptos alimentarios, y reivindicaban una suerte de judaísmo puro más cercano a la época del Templo. En cambio, para el judaísmo rabínico los caraítas eran tan perniciosos y tan heréticos como los deístas, los calvinistas, los epicúreos, los católicos o los seguidores del pseudomesías Zbatai Zvi que ganó tantos adeptos en el Imperio Otomano y otros puntos de la Europa Occidental.

     Pensadores como Spinoza también fueron perseguidos por la ortodoxia judía, por apartarse de la recta doctrina mosaica. El herem contra este pensador sefardita rezaba así:

     "Que su nombre sea borrado de este mundo y que para toda la eternidad quiera Dios separarlo de todas las tribus de Israel y afligirlo con todas las maldiciones que la Ley contiene".

     Los sefarditas tuvieron que aprender a vivir en una sociedad compleja abierta a un mundo nuevo, a un sistema mercantilista y una "economía mundo" que buscaba establecer mercados en puntos muy alejados del planeta. No pocos sefarditas terminaron en las colonias de Ultramar, especialmente las americanas, se enrolaron en la armada o se establecieron en colonias de las rutas marítimas y comerciales orientales, como es el caso de Goa. Los conversos tuvieron que adaptarse a sus hermanos judíos, unos retornando a la ley mosaica y otros como cristianos nuevos, que les facilitaba el acceso a la Corte española para realizar sus negocios, un hecho que hasta Francisco de Quevedo condenó y criticó en su obra "Execración contra los judíos", en 1633, por entender que los hebreos eran un pueblo que de una forma u otra siempre estaban a la sombra de las transformaciones económicas y sociales de la Europa moderna.


Bibliografía

  • Yosef Kaplan. Judíos nuevos en Ámsterdam. Barcelona, Gedisa, 1996.

  • Yosef Kaplan. La Jerusalén del norte: la comunidad sefardí de Ámsterdam en el siglo XVII. En Los judíos de España. Madrid, Trotta, 1993

  • Gabriel Albiac. La sinagoga vacía. Madrid, Tecnos, 2014.

  • Renata G. Fuks-Mansfeld. Los cristianos nuevos portugueses de Amberes en los siglos XVI y XVII. En Los judíos de España. Madrid, Trotta, 1993.

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