Amos Oz, el artesano de la palabra
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AMOS OZ, EL ARTESANO DE LA PALABRA
Juan A. Flores Romero
A unos días de terminar este 2018 repleto de efemérides, nos ha dejado víctima de una larga enfermedad aquella mezcla de judío rural y cosmopolita que cambió su apellido Klausner por Oz (que en hebreo significa fuerza o coraje). Y ese fue el motor que movió su vida desde su nacimiento en Jerusalén a escasos meses de acabar la década de los treinta. Pocos escritores israelíes son conocidos internacionalmente como Amos Oz. No es para menos. En su larga trayectoria como escritor y periodista ha recogido muchos premios, entre ellos el Príncipe de Asturias de las Letras en 2007.
En honor a la verdad, he de reconocer que fueron sus páginas las que me acercaron a la realidad de un conflicto tremendamente mediatizado como es el palestino-israelí. Pocas obras literarias -a excepción del ¡Oh, Jerusalén!, de Dominique Lapierre y Larry Collins- han profundizado tanto en la raíz del conflicto como las que escribió Amos Oz. Pero él fue mucho más allá. En "La colina del Mal Consejo", uno de mis libros favoritos, nos presenta una palestina en los últimos momentos del dominio británico en la que ya se palpa la tragedia que iba a sacudir aquella tierra que se debatía, y aún hoy en día, entre una bendición y una maldición eternas. Las ansias del pueblo judío por heredar una tierra que siempre sintió como propia y la furia de un pueblo -el palestino- que pugnaba por echar a los judíos al mar temiendo aquello que se les venía encima. El resultado de aquel conflicto iniciado formalmente el 14 de mayo de 1948 ya lo sabemos: varias guerras en las que el propio Amos Oz participó, concretamente en la Guerra de los Seis Días y en la de Yom Kippur, y una situación odio latente que, con sus antibajos, perdura en la actualidad.
Su paso siendo apenas un joven por el kibutz Hulda le hizo entender la vida como un don valioso a proteger, la tierra como un bien preciado por el que luchar y el diálogo como una herramienta imprescindible para crear un escenario de seguridad y justicia. Siempre hizo gala de una austeridad admirable, un aspecto que se deja traslucir en los personajes de sus novelas. La última que leí este pasado verano fue "Judas" en la que se hace un paralelismo entre una persona en medio de una crisis existencial y el personaje bíblico que, según la tradición cristiana, traiciona a Jesús. Una obra profunda, respetuosa y que deja una última página plagada de interrogantes.
En Amos Oz siempre hubo un aire rural, propio de los habitantes de los kibutzim, y una reflexión profunda acerca de la vida, la familia, la religión, la nación hebrea y las relaciones con los vecinos árabes. Participó en la fundación del movimiento pacifista "Peace Now" y se declaró abiertamente ateo aunque profundamente respetuoso con las tradiciones y creencias de su familia, proveniente de judíos lituanos y polacos, y de las restantes confesiones del estado. Él siempre se sintió parte de Israel por el mero hecho de nacer allí en 1939, en los años previos a la creación del estado hebreo y por su vinculación a un sionismo más intelectual que combativo.
"Un descanso verdadero", "Una historia de amor y oscuridad", "La caja negra",... son algunos de sus títulos más conocidos y que incluso me he atrevido a releer. Sin embargo, hay un libro que degusté hace un par de años escrito junto a su hija Fania Oz-Salzberger. Se titula "Los judíos y las palabras" y pone de relieve por qué son tan importantes las palabras para los judíos desde antiguo (refranes, disputas, argumentaciones y hasta chistes) además de constituir un alegato contra la soberbia intelectual. En él se recoge que los grandes sabios fueron personas de vida sencilla; "algunos de los más grandes rabíes no eran más que humildes artesanos y obreros" -reza en una de sus páginas- o, haciendo gala de cierta socarronería, "otros muchos factores han hecho de nosotros lo que somos: los padres, el sionismo, la modernidad, Hitler, el hábito y la suerte". Y tomando las palabras prestadas de Bernard Malamud había bromeado diciendo: "todos los hombres son judíos aunque pocos hombres lo saben".
Para mí se ha ido una mente prodigiosa, un icono literario y un referente para la paz y el entendimiento entre dos pueblos condenados a entenderse. Descanse en paz.
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