Al encuentro de los criptojudíos extremeños(III): silencios eternos, ajuares cuantiosos y oficios de marranos

Autor: Juan Antonio Flores Romero
La Inquisición portuguesa desde 1496 inició una cadena de persecuciones en serie contra aquellos que judaizaban en su territorio. Juan II de Portugal autorizó las primeras salidas en barco hacia el norte de África, aunque muchos fueron víctimas del pillaje y tuvieron que regresar a Sefarad como cristianos nuevos. Los reyes portugueses se rodearon de una soterrada influencia hebrea y, según escribe Gabriel Albiac apuestan "por una nueva figura rentable: el judío bautizado", muy presente también en tierras extremeñas. La Corona portuguesa condenó incluso la matanza de conversos en Lisboa en 1506 aunque eran conscientes, siguiendo a Albiac, de que "el judaísmo de los portugueses era un secreto a voces". Aun así, las acciones inquisitoriales contra los marranos se fueron intensificando entre 1547 y 1580. La anexión en este último año de Portugal por la corona española hizo que un número importante de judaizantes portugueses iniciaran una auténtica desbandada hacia Extremadura. Ya a finales del siglo XVI consta en el tribunal de Llerena una cantidad importante de cristianos nuevos que iban a estar bajo la estrecha vigilancia del Santo Oficio e incluso se cuenta entre los judaizantes un número minoritario de cristianos viejos extremeños que, guiados por el proselitismo portugués, abrazaron la fe de Moisés. En esta época fueron bastantes los judaizantes procesados, sobre todo porque con la llegada de portugueses se había avivado el retorno a viejas prácticas judaicas que ya muchos conversos habían olvidado. Es tan patente el proselitismo portugués y la acción de la Inquisición contra ellos que "judío" y "portugués" pasaron a ser casi sinónimos. No pocas familias llegaron desde Portugal para asentarse en el área de Hervás y el señorío de Béjar como los Acosta, Barrios, Benítez, Castro, Fonseca y Núñez; e incluso la Inquisición extremeña, con sede en Llerena, fue bastante implacable con los focos marránicos portugueses que afloraron en la villa de Béjar. Fue tan implacable el puño opresor de la Inquisición que algunas familias huyeron a Ámsterdam desde Extremadura y Portugal, una ciudad comercial donde ya se había ido asentando una amplia comunidad de conversos y judíos portugueses que buscaban un escenario de libertad de culto y comercio.
Otra de las acciones que emprendió el Santo Oficio fue el control sobre libros y publicaciones, confeccionando índices de obras prohibidas, siguiendo las consignas del tribunal de Llerena. Los conversos y criptojudíos hacían vida cristiana, los primeros adaptándose como podían a una nueva fe que entendieron a su manera y los segundos practicando sus ritos en secreto y pasando por buenos cristianos de cara a la sociedad. Cuando estas comunidades bautizaban a los catecúmenos y sus descendientes prevalecieron ciertos nombres como Alonso, Andrés, Antonio, Bartolomé, Francisco, José, Juan, Pedro o Sebastián; y entre las niñas destacaron los nombres de Ana, Catalina, Francisca, Inés, Isabel, María y Teresa.
Ciertos apellidos que adoptaron las comunidades conversas y el rastreo en muchos municipios extremeños donde se asentaron, arrojan luz sobre el comportamiento de esta nueva nación en la sombra. Se puede concluir que los conversos y criptojudíos -muchos de ellos procesados por la Inquisición- tenían relaciones sociales, económicas y matrimoniales, con miembros de su propio pueblo. No solían mezclarse con cristianos viejos ya que, entre otras cosas, sus oficios eran muy diferentes y no sólo porque -como sabemos por las fuentes- los cristianos viejos cocinaban con manteca y los judíos olían a ajo, usaban aceite de oliva y no solían consumir carne porcina salvo cuando no querían levantar sospechas de cara a sus vecinos.

Una de las pistas fundamentales que nos proporciona la Historia para saber si una persona pertenecía a la comunidad de cristianos viejos o a la de cristianos nuevos (judeoconversos) eran las dotes nupciales. Sabemos que los judíos, salvo excepciones, no solían dedicarse a tareas agrícolas sino a profesiones más sedentarias relacionadas con el estilo de vida urbano. Según el estudio de M. Martín Manuel, entre los labradores (cristianos viejos) las dotes nupciales oscilaban entre 617 y 6000 reales. No obstante, entre los mercaderes, que estaban compuestos por judeoconversos, ascendían a un mínimo de 6000 reales y podían alcanzar los 28.000 reales, a juzgar por los documentos analizados. Esto nos da una idea del poder financiero de los conversos que, abrazando una fe extraña, habían conseguido mantener, y en muchos casos acrecentar, su nivel de vida e incluso habían podido optar a la compra de títulos de nobleza. Es obvio que las actividades realizadas por ellos les aportaban pingües beneficios, mucho más que aquellas que practicaban los cristianos viejos, apegados o adscritos a meras actividades agrarias.
Algunas dotes cuantiosas fueron, en 1642, la de Bernardo López de Hontiveros y María Fernández del Castillo, con 12.000 ducados, o la de Catalina Gómez, que aportó a su matrimonio 23.198 reales en 1704. Juan Gómez Arias amplió la dote de su esposa con 55.973 reales en 1693.
En las primeras décadas del siglo XVII, tal y como recoge el autor anteriormente mencionado, "en 1621, el canónigo Juan Gómez entregó 28.584 reales a su hermana, María Fernández Flores, por su matrimonio con Juan Viga, un afamado jurisconsulto bejarano. Los Flores tenían ramificaciones en Béjar, Cabezuela y Montemayor del Río", casualmente localidades que contaron con juderías bastante importantes antes de 1492.
La familia Flores estaba compuesta de una rama de judeoconversos que lograron gran fortuna, como se puede apreciar en su vivienda en Montemayor del Río – localidad con un número muy elevado de judíos y conversos- donde aún hoy se puede contemplar su blasón decorando la fachada. Para averiguar el origen de esta familia hay que cotejar diversas fuentes ya que algunas hablan de un supuesto (y oscuro) origen nobiliario. Llama la atención que no hay datos ni rastro de este origen antes de mediados del siglo XVI, cuando ya era común la venta de títulos a conversos con la finalidad de esconder su pasado judaico. El documento que "atestigua" esta relación con la nobleza -en la que ya existían muchos judeoconversos desde la Edad Media- es un pleito de 1537 "en el que los hijos de Hernán Flores, Pedro, vecino de Béjar, Diego, vecino de Montemayor y Juan Flores Rengifo, vecino de Baños, pretenden dejar constancia legal y documental de su condición de hidalgos, ante el temor de que los que puedan testificarlo mueran". Esto último da que pensar ya que la familia basaba su hidalguía en el testimonio de un puñado de hombres que podrían haber sido comprados para testificar como fue habitual en muchos otros casos similares. Hoy en día hubiese sido imposible, pero en aquella época no existían los medios para comprobar el origen de una familia.
Es notorio el tipo de oficios que realizaba esta familia y que estaban relacionados con "los mercaderes". No hay evidencias de que fuesen rancios rentistas ni dueños de señorío nobiliario, sino que ejercían profesiones muy propias de conversos y vivían en lugares que la memoria colectiva asocia con tierra de judíos.
"La línea genealógica de esta rama de la familia Flores es, a partir de este momento, muy clara y precisa. Su asentamiento está en Baños y serán individuos de gran relieve e importancia el doctor Don Juan Flores Rengifo, canónigo de la catedral de Coria, Leonardo Flores Rengido como sexmero y Fernando Flores Rengifo como administrador de la marquesa. De otra rama, que podría surgir a partir de Pedro Flores de Tórtoles, y que podría ser hermano del anterior, Hernán, aunque no se tengan prueba de ellos, surgen un montón de hijos que se diseminan por la región. Luis Flores que se afinca en Baños, tiene nueve hijos, los cuales, emulando a sus antecesores, también se van colocando en distintas poblaciones cercanas. Uno de estos hijos es Gaspara Flores, que se queda en Baños de Montemayor muy poco tiempo, emigrando, junto a varios de sus hermanos, a las Indias" (…).
Como puede observarse en esta relación de oficios, abundan aquellos que eran propios de conversos, incluidos los de naturaleza eclesiástica o los colaboradores con el Santo Oficio, algo también muy propio de aquellos que hacían gala de la "fe del converso", es decir, oficios "de mercaderes" que indicaban la ascendencia judía de estos miembros:
"De esta familia, los que se quedan en Baños, ocupan varios de ellos puestos de relevancia en el concejo; Alonso Flores es escribano, unas veces de la parte de Béjar y otras de la de Montemayor; Francisco Flores es familiar de la Inquisición; Lázaro, Juan y Francisco Flores de Tórtoles serán sacerdotes, de Baños e incluso de Coria". Sánchez González, realiza estas citas en el libro Montemayor, del concejo medieval a los ayuntamientos contemporáneos".

Por otra parte, según relata Pablo Vela Jiménez, "el doctor Juan Flores Rengifo, -doctor canónigo en la ciudad de Coria- y su hermana María Flores Rengifo fundaron allá por 1635 una capellanía y una obra pía, siendo ésta última la que ha llegado en parte hasta nuestros días. Según el testamento cerrado que dejó María Flores, ante Andrés García, escribano de Baños, en 24 de febrero de 1621, el cual se abrió en agosto de dicho año, ésta, dejó como heredero de todos sus bienes a su hermano Juan Flores, con la condición de que después de la muerte de él, distribuyese la hacienda de ambos en obras y mandas pías".
Era muy habitual hacer inversiones en obras pías y fundar capellanías para disimular la condición de cristianos nuevos. Para los conversos las obras pías recuerdan a la Tzedaká, una costumbre hebrea de socorrer a los necesitados ya que en el alma judía existe la idea de que ningún miembro de la comunidad ha de pasar necesidades extremas y que ha de existir una caja de auxilio social para con los necesitados. Las capellanías se concebían como un reclamo para demostrar ante la sociedad que sus miembros era rectos cristianos entregados a la oración, el socorro al prójimo, la devoción y el anhelo de salvar el alma por medio de misas.
En medio de este afán de los conversos por integrarse y diluirse entre la población cristiana vieja (no olvidemos la vigencia del estatuto de limpieza de sangre que muchas veces se solucionó con compra de títulos de nobleza) proliferaron refranes y sentencias que fueron generando un clima de antisemitismo en la Extremadura profunda. Se relacionaba aún la palabra judío con usurero y avaricioso y así lo recoge la tradición romántica de la segunda mitad del siglo XIX, estudiado por autores de principios del siglo XX como Gabriel María Vergara Martín.
Hubo dichos populares como: "En Hervás, judíos los más; en Aldeanueva, la judiá entera; en Baños, judíos y tacaños, y en Béjar, hasta las tejas".
En una sociedad que temía a los estigmas de la "manta" y el "sambenito" social, el precio a pagar por los judeoconversos fue ir renunciando a sus ritos para integrarse cada vez más entre la población cristiana y así evitar las acometidas del Santo Oficio que podía hacer que, en un abrir y cerrar de ojos, perdiesen sus fortunas y tuviesen que marchar de sus tierras, en el mejor de los casos, portar el sambenito de por vida o morir abrasados por las llamas en los abundantes autos de fe que se vivieron en la geografía extremeña desde los albores de la modernidad. En muchos lugares, como Cabezuela del Valle, van surgiendo fiestas donde se ridiculizan a los conversos que eran considerados marranos.
En la obra "Judíos, labradores y mercaderes de Hervás" reza que "los mercaderes del siglo XVII preservaron vestigios hebraicos residuales, más por tradición familiar que por inclinación al culto mosaico". Esto quiere decir que muchas familias abandonaron sus prácticas judías aun cuando hubo cierta conciencia de pertenecer al pueblo hebreo entre algunas comunidades extremeñas. El fenómeno marránico acompañó durante décadas y siglos a aquella sociedad que no podía desprenderse del poder que la fe mosaica ejercía sobre bastantes familias de localidades como Béjar, Cabezuela del Valle, Hervás, Jaraíz de la Vera, Jarandilla, Trujillo o Plasencia, donde la presencia de marranos (judeoconversos que volvían a practicar ritos o tradiciones hebreas) fue bastante importante.
Hubo conversos que, como los anteriormente mencionados, fundaron capellanías para exteriorizar su fe religiosa y así pasar por buenos cristianos; otros optaron por ejercer el sacerdocio católico como Hernán Gómez en Hervás en el año 1605. Algunos como Gabriel Gómez dirigieron parroquias o fueron importantes eclesiásticos como Francisco Gil de Aguilar y Francisco López de Hontiveros. También fueron eclesiásticos varios miembros de la familia Flores, asentada en varias localidades del señorío de Béjar.

La creencia de que hubo conversos y judaizantes en Extremadura hasta épocas muy recientes hizo que, en plena Segunda Guerra Mundial y con la Solución Final judía a punto de iniciarse, en el año 1941, la policía franquista impulsara la creación de un Archivo Judaico, a instancia de las embajadas y consulados alemanes en España. Así pues, la Dirección General de Seguridad envió la circular nº 11, de 5 de mayo de 1941, al gobierno civil de Cáceres solicitando información de las actividades comerciales, situación social, grado de peligrosidad de ciertas personas y empresas. Esto quiere decir que en pleno Holocausto judío había indicios de presencia judía en España y que, aún en ese punto de la Historia, parte de la población era consciente de este hecho. Algunas de estas familias en Extremadura, fieles a su condición de mercaderes, participaron en el lucrativo negocio del estraperlo, traficando con diversos productos como huevos, café, azúcar, tabaco e incluso artículos de lujo.
Tal y como investigaba y publicaba Marta Simó Sánchez:
"Dichas políticas se intensifican y con fecha 5 de mayo de 1941 se emitió la circular n. 11 de la Dirección General de Seguridad, dirigida a los Gobernadores Civiles de las diferentes provincias donde se solicitaba que se enviaran a la Central informes individuales de los "israelitas", nacionales y extranjeros, que vivieran en la provincia, en un formato predeterminado donde debía constar filiación personal y político-social, medios de vida, actividades comerciales, situación actual, grado de peligrosidad, así como otras informaciones complementarias. La circular subrayaba que: "las personas objeto de la medida que se les encargaba debían ser, principalmente, aquellas de origen español, designadas con el nombre de sefardíes, puesto que por su adaptación al ambiente y similitud con nuestro temperamento poseen mayores garantías de ocultar su origen y hasta pasar desapercibidas sin posibilidad para coartar el alcance de fáciles maniobras perturbadoras". Desgraciadamente este archivo no se conservó de manera íntegra y por lo tanto es muy difícil poder tener una idea global de su alcance. Un buen ejemplo, pero, es el de la ficha de María Sinaí León, donde se dan todos sus datos y el expediente acaba con la siguiente nota: "Se le supone la peligrosidad propia de la raza judía a la que pertenece (sefardí)"
También los judíos sefardíes del exilio fueron perseguidos duramente por las autoridades nazis. Allí donde pisaban las SS, los judíos eran marcados, deportados y exterminados. Marta Simó en "Hispania Nova" analiza ciertos aspectos de las comunidades sefarditas durante la Guerra Civil y los conflictos bélicos que asolaron Europa:
"Según la obra del médico y político español Dr. Ángel Pulido (1852 - 1932), "Los españoles sin patria y la raza sefardí (1905)", la distribución de los sefardíes en el mundo a principios de siglo era como sigue: Turquía ocupaba el primer lugar con un censo de 251.000 (161.000 en la Turquía europea y 90.000 en la asiática), entre las ciudades del Imperio otomano, destacaba Salónica con 75.000, Constantinopla con 50.000 y Adrianópolis con 17.000. Mientras que, en la parte asiática, Palestina contaba con 30.000 y Esmirna con 25.500. En segundo lugar, se encontraba Grecia con 12.500, y el resto estaba entre Austria, Rumanía y también algunos en Hungría, en Trieste y en Sarajevo (…). Por otro lado, antes ya de la guerra civil, el padre Juan Tusquets, se había dedicado a elaborar listas de presuntos judíos y masones. En 1937, alentada por Franco, la sección judeomasónica del Servicio de Información Militar, requisó el material de los partidos políticos, sindicatos, logias masónicas, etc., para engordar dichas listas. Esto se intensificó en abril de 1937, creando la Oficina de Investigación y Propaganda antimarxista, dirigida por oficiales del ejército y voluntarios".
Esto se traduce en que el recelo que existía en España contra ciertas poblaciones aún era muy patente, e incluso se llegó a relacionar la masonería como heredera del judaísmo latente en España. El miedo de las autoridades franquistas a esa supuesta "conspiración judeomasónica" estuvo vigente hasta los últimos estertores de la dictadura.

Decenas de tradiciones y leyendas pervivieron en tierras de Extremadura, como los "rabudos" aquella que ya cité en el anterior artículo y que hacía referencia a la condición monstruosa y demoniaca de los judíos y judaizantes, y sus vínculos demoniacos.
El afán por borrar u ocultar la huella judeoconversa hicieron que los marranos se constituyeran en una nación oculta de la que siempre hubo sospechas de su existencia, algo que evidenció el afloramiento ya en el siglo XX de varias comunidades a lo largo de la Raya portuguesa. "Los judíos convertidos al cristianismo renunciaron, por imperativo legal, al uso de la onomástica hebrea", como apunta Martín Manuel, aunque en muchas comunidades judías europeas se sabe que entre familias de criptojudíos había un nombre civil y otro religioso que se ocultaba y que, en ocasiones, tan solo quedaba restringido al ámbito más íntimo. También muchos marranos preservaron ciertas costumbres sociales, dietéticas o familiares, como aquella de mudarse en sábado o encender las velas en vísperas de sábado, algo que hizo que el capitán portugués, Artur Carlos de Barros Basto, consciente de estas tradiciones secretas en su infancia, desenterrara su pasado judío en pleno siglo XX.
Como muestra de lo incómoda que fue la herencia hebrea, en una zona tan tradicionalmente judía como Hervás, los conversos evitan utilizar la palabra "marrano" para referirse al cerdo, al que llaman de muchos modos excepto esa. También evitan el nombre de "judía" para referirse a las alubias, a las que llaman "pipas", así como a las verdes llaman "frejones". Por otra parte, y ya con distintas denominaciones, preservaron viejos platos como las "adafinas" o las "anjinaras", adaptándolos a los nuevos productos llegados de América, e inventaron otros como un hornazo cuya peculiaridad es que llevaba el pan sin leudar como recuerdo de la Pascua judía o Pésaj.
La sombra de los judíos siempre planeó sobre una tierra de acogida, Extremadura, que fue el hogar de un sinfín de comunidades que vivieron entre la conversión y la pervivencia de un legado que más que preservar una liturgia o una fe, luchaba por mantener el recuerdo de un pasado y la apuesta por afianzar una identidad vinculada a una tradición milenaria acostumbrada a ser vapuleada por los avatares de la Historia entre asaltos, hogueras, exilios y silencios.
(Dedicado a esos testigos de la Historia que ya duermen eternamente)
נוח על משכבך בשלום (noj al miskavch beshlum)
¡Descansen en paz!
Bibliografía
Henry Kamen. La Inquisición española. Barcelona, Crítica, 1992.
Haim Beinart. Los conversos ante el tribunal de la Inquisición. Barcelona, Riopiedras, 1983.
Luis Delgado Merchán. Historia Documentada de Ciudad Real (original). Ciudad Real, Imprenta de E. Pérez, 1907.
Marciano Martín Manuel. Judíos, labradores y mercaderes de Hervás. Libros del Lagar, 2023.
Marciano Martín Manuel. La capa de Elías. Sevilla, Renacimiento, 2015.
Gabriel Albiac. La sinagoga vacía. Madrid, Tecnos, 2014.
Marta Simó Sánchez: España y el Holocausto: entre la salvación y la condena al exterminio para la población judía. Hispania Nova (pp. 149-150).