Al encuentro de los criptojudíos extremeños: carreteras, vestigios y autos de fe

18.08.2024

Autor: Juan A. Flores Romero

     Si uno se lo propone, podría realizar en Extremadura una curiosa y macabra ruta de la Inquisición. Elegiríamos diversos puntos de partida y de llegada. No obstante, habría municipios que no podríamos dejar de visitar. Carreteras serpenteantes, el rastro discreto de kilómetros de embalses con la tramoya de un paisaje casi marciano. Canícula estival, rugido de motos de gran cilindrada que adelantan a los cautos conductores perdidos en una red de carreteras entre la calima, el polvo y el recuerdo de un paisaje acuático que se evapora con la sequía extrema de estos últimos años. Un puñado de ovejas se divisan a lo lejos así como un perro nervioso que intenta conducirlas con sus movimientos y ladridos histéricos. El pastor parece ajeno y no interviene en tan bucólica escena como si lo único que le importara fuera llegar a casa y cambiarse para las fiestas del pueblo. Carretera EX-103, desde Puebla de Alcocer, donde las gentes aún pasan con cierta despreocupación frente a la Casa del Inquisidor. Lejos quedaron aquellos tiempos en que tan sólo deba miedo nombrar tan siniestro lugar que hoy ve pasar la sombra de la historia mirando a Esparragosa o Galizuela, con la brisa que se levanta al atardecer y que trae cierta humedad de los embalses que circundan la villa. Muchos de los ahora vecinos que refrescan su parte de acera o toman el fresco a la caída del sol fueron en su día conversos que estuvieron en el punto de mira del Santo Oficio.

     Cuando uno abandona Puebla de Alcocer y toma la carretera EX-103 se lanza a un escenario vacío que un día comenzaron a repoblar navarros, vascos, cántabros, astures, leoneses y, cómo no, judíos que procedían de otras comunidades del norte de la península y de Toledo o Sevilla, como se puede deducir por muchos de los apellidos que comparten todas estas aljamas, apellidos de conversos que borraron la huella de esas sagas familiares de los Levi, los Cohen, los Saltiel o los Benveniste.  Tras dejar atrás Castuera, Malpartida y Zalamea, uno se adentra en un tapiz de terruños, veredas y pequeños pueblos con ese aroma inconfundible de Extremadura. Casi en los confines de Extremadura, antiguo territorio de la orden de Santiago y vinculado al reino de León, aparece casi de forma mágica la silueta de Llerena, que en su día contó con uno de los 23 tribunales de la Inquisición que se documentaron en España. Tras la reconquista en 1243 de la mano del Rey Santo, unas tierras baldías y perdida en los confines de la cristiandad comenzaron a ser repobladas, justo doce años antes de que se fundara Villa Real en el corazón de La Mancha con gentes oriundas y otras procedentes de ciertos lugares, incluidos los judíos de Toledo, Cuenca y Córdoba. Este pueblo llevó, allá donde llegaban, el desarrollo económico de la mano del comercio, del préstamo, de la artesanía y no fueron pocos los monarcas que los consideraron muy aptos para la recaudación de impuestos destinados a la corona. 

     El judío es un pueblo letrado. Esto no tiene nada que ver con la posición económica. En la cultura hebrea, la alfabetización es un hecho que se mama desde la más tierna infancia. No era un pueblo que se expresara en hebreo, que tan sólo era una lengua litúrgica, sino que se adaptaron al habla de cada lugar en el que moraban. También consiguieron realizar curiosas fusiones en lo que se conoce como escritura aljamiada que consiste en utilizar los caracteres hebreos para escribir en castellano. Esa era la verdadera lengua que incluso los expulsados mantuvieron como lengua familiar y comercial a lo largo y ancho del mundo, y especialmente en el este de Europa, en lo que se conoce como djudió o ladino.

     Los judíos tuvieron gran influencia en la corona, sobre todo porque muchos de ellos gozaban de una gran relación con la administración real. En Llerena, el rabí Meir consiguió de los Reyes Católicos, una década antes de la expulsión, que los judíos de toda Castilla pudiesen celebrar ferias allá donde estuviesen. ¿No es esto curioso si en la mente de  sus católicas majestades estuviera ya el deseo de expulsarlos? ¿No sería un cambio de estrategia tras la guerra de Granada lo que llevó a tan cuestionada decisión?

     Vehículos y tractores se adentran en las calles de Llerena entre el típico silencio de una tarde de verano en la que apenas un puñado de lugareños se asoman a las puertas para ver si llega algún forastero o un vecino dispuesto a echar la partida en el interior climatizado de un bar. Allí, donde ahora apenas se observan dos vecinas en la lejanía y un gato haciendo el amago de salir de casa, vivieron unas 600 familias judías en torno a la sinagoga, donde hoy se asienta la ermita de Santa Catalina que aún conserva la entrada principal de tan mosaico templo así como los arcos del interior. Muchos lugares hebreos que se cristianizaron pudieron salvar su arquitectura como ya pasó con Santa María La Blanca en Toledo o con la iglesia del Corpus Christi en Segovia.

     Tras aquella reconquista de la que hablamos, la villa fue donada a la orden de Santiago, cuyos miembros no eran sometidos a lo que posteriormente se llamó estatuto de limpieza de sangre. Sabemos que el maestre Don Fadrique, nacido en Llerena, fue descendiente de hebreos, concretamente de los gaones de Babilonia asentados en Portugal, un territorio que siempre fue punto de contacto entre judíos de la península. Alonso Enríquez fue hijo de don Fadrique y de una concubina judía llamada Marina que, a su vez, fue padre de Juana Enríquez, madre de Fernando el Católico. Sí, el cónyuge de aquella reina Isabel que tomó la decisión de expulsar al pueblo de la diáspora en 1492 pero que, su vez, contaba entre sus mejores amigos y contactos, a grandes familias judías de la península. Se podría decir que algunos de aquellos conversos contribuyeron también muy activamente en la expulsión y posterior persecución de los judeoconversos a lo largo de los siglos. De las 600 familias registradas en Llerena a mediados del siglo XV, 125 unidades familiares optaron por la conversión en 1492. Aún humeaban los asaltos a las juderías de 1391 o los intentos de aniquilación de cualquier vestigio de población hebrea en la Ciudad Real de 1474 y en otras ciudades del reino de Castilla.

     Aquellas conversiones masivas fueron el caldo de cultivo de los focos de criptojudaísmo, y de eso no se libró Llerena. Recordemos que en 1506 se produce la gran matanza de Lisboa y los asaltos contra los judíos en Portugal, que desembocó en 1536 con el establecimiento del tribunal del Santo Oficio en tierras lusas. En 1508, poco después de esa gran masacre de Portugal, Luis Zapata de Chaves, que era consejero a asesor de los Reyes Católicos, consigue que se establezca en Llerena el tribunal de la Inquisición, que fue el tercero en tamaño de toda la península. Se estima que se instituyó en 1485 y su principal labor era observar a las comunidades conversas que se veían influenciadas por los familiares que aún no habían optado por la conversión o por la salida de los reinos. La labor del tribunal de Llerena fue ingente y siniestra.

     Llerena da testimonio de su pasado inquisitorial y su gran influencia en la comarca a través de sus palacetes, torres, iglesias y su entramado de calles por donde en las tardes de verano apenas se distingue algún atisbo de presencia humana. Discretas mujeres mayores se asoman y miran con ojos de buitre por las ventanas. Ya no esperan escuchar los susurros del "Shema Israel" o una bendición o berajá al despedirse de un ser querido; no, el entramado urbano ya no rezuma olor a carne en combustión ni siquiera en la calle de los Quemados, destino cruel de muchos de los hijos de Moisés. Alguna moto ruidosa despierta del sueño a un perro apostado en el umbral de una casa bajo la sombra de un terebinto. 

     La jurisdicción de Llerena abarcaba los obispados de Plasencia, Coria, Badajoz, Ciudad Rodrigo, la provincia de León y los maestrazgos de Santiago y Alcántara. Su labor inquisitorial estuvo vigente hasta 1820, aunque de manera legal no fue abolido hasta 1834. Los tentáculos de tétrico tribunal se extendió por gran parte de la región natural de Extremadura. Sin embargo, muchos personajes vivieron al amparo de religiosos cristianos que les cobijaron como fue el caso de Gabriel Israel, que pasó a llamarse Fernando de Coca, protegido del maestre de la Orden de Santiago, don Alonso de Cárdenas. Tomamos el apellido Israel como uno de los que fueron comunes entre la comunidad hebrea antes de la conversión. Los cristianos nuevos cambiaron cualquier atisbo de identificación con el mundo hebreo, Era una cuestión de supervivencia e incluso de prestigio social. El apellido Israel era portado por judíos de la zona. En el archivo de Simancas, a finales del siglo XV, existió algún judío recaudador de impuestos con el apellido "Istruel" que muy posiblemente hace referencia al nombre anteriormente mencionado, vecino de Llerena, pero afincado en Córdoba y recaudador en Jerez de los Caballeros.

    Muchos de estos hebreos a partir de la expulsión se vieron forzados a cambiar sus apellidos. No obstante, y pese a la quema de no pocos archivos a lo largo del tiempo, se puede hacer un rastreo por apellidos de muchos de estos descendientes, llamando la atención muchos lugares en los que se repiten algunos que a su vez tienen vinculación con otras aljamas, como Sevilla o Lucena, en las que aparecen los mismos, como por ejemplo el apellido Cerrato o Serrato, que comparten ciertas comunidades del norte peninsular, pero también las aljamas de Llerena, Sevilla y Lucena, un apellido, hay que decir, muy extendido por la comunidad extremeña.

    La actividad inquisitorial fue implacable con los judeoconversos y siempre estuvieron en el punto de mira. Es muy relevante el auto de fe del domingo, 14 de junio de 1579, en el que Gabriel Méndez, tejedor de lienzos, vecino de Cabezuela, sufre una pena de confiscación de bienes. Otros muchos también fueron ajusticiados. Se elegía el domingo para que hubiese más público y se le diese mayor relevancia al dantesco espectáculo. Algunos herejes escaparon de las garras del Santo Oficio. Se afirma que José María del Castillo Spinosí, cónsul de Francia, Londres y Argelia, entre otros lugares, en el siglo XVIII, fue descendiente de uno de estos huidos de la zona y que luego terminó emparentando con la rama chueta (judíos mallorquines) por parte de madre. Recordamos que Spinosí guarda relación con los Spinoza o Espinosa de otros lugares de Castilla.

     En un bar de la localidad de Llerena se respira la misma temperatura que en un otoño de Laponia, un frío que contrasta con la canícula estival y el fuego que sale del asfalto y las paredes de un pueblo que dormita sobre la campiña. Una televisión emite un programa en el que se habla de un niño apuñalado mortalmente en un pueblo de Toledo. Se busca al responsable y un contertulio insinúa que puede ser algún extranjero quizá ansioso por asesinar a un vástago inocente el pueblo que les acoge. Ese comentario me hizo retroceder 500 años y me percaté de qué poco hemos cambiado. Nuestra vida se sigue alimentando de bulos que descienden como maná a través de redes sociales y medios de comunicación. Algo parecido pasaba en Llerena y otras muchas ciudades de la España que se abrían a la Edad Moderna. En la biblioteca de la universidad de Cambridge, se documentan las supuestas atrocidades de seis judíos y cinco judías de Llerena que fueron acusados de sacrificar a cuatro niños, dos religiosos y una mujer, y me acordé también de aquellos vestigios antisemitas de los años posteriores a la Guerra Civil , una época en que se seguía tomando como real la desaparición y el asesinato ritual de niños por parte de los judíos para mezclar la sangre inocente con el matzá en Pascua. ¿Quizá por eso no podían salir de las aljamas por esos días? El famoso caso del niño de La Guardia avivó aquellos infaustos momentos en mi memoria. Es curiosa aquella historia de Llerena que fue extraída de un documento que perteneció a Frederick William Cosens, un comerciante de libros de Jerez y bibliófilo. La pena es que su inmensa biblioteca fue subastada en Sotheby's y ahora está dispersa.

      Esa labor en muchos casos de falsa información era posible por parte de agentes y familiares de la inquisición que se dedicaban a delatar a sus vecinos e incluso a sus hermanos de sangre con tal de ganar prestigio entre la comunidad de cristianos viejos, algo que, generalmente, no era así ya que tan sólo fueron instrumentos viles de la represión religiosa de la época. Algunos hebreos extremeños escaparon de las garras del Santo Oficio. El apellido Llerena lo observamos en otros lugares como la provincia de Albacete. En el estudio de Aurelio Pretel Marín sobre los judeoconversos en Alcaraz aparecen varias sagas de familias procedentes de Llerena. Apellidos como Barrera, Álvarez, Toledo, Vandelvira, Sabuco, Pareja, González de Llerena, etc.

       En los años previos a la expulsión y, sobre todo, a raíz de las persecuciones del siglo XV  y las predicaciones del padre Ferrer, los tribunales ya comenzaban su labor implacable. En 1481, en Sevilla, ya se quemaba a seis judíos y en Ciudad Real, en 1484, hay 30 quemados vivos y 40 quemados en estatua. Malos tiempos para la lírica. A Llerena y su comarca también llegaron aquellos aires. Se establecían algunos comportamientos que se clasificaban propios de judaizantes. Según Aurelio Pretel eran "observar el ayuno mayor y la Pésaj o Pascua, encender los candiles en la noche del viernes, decir la berajá o bendición judía al despedirse de alguien, recitar oraciones judiegas, apartar la grasa de la carne...". En la localidad albaceteña de Alcaraz, algunos bautizados descendientes de los archiconocidos Vandelvira adoptaron el apellido "Romero" y con este apellido se bautizó a sus descendientes, dos de ellos, Gabriel y Francisco, en la iglesia de El Bonillo en 1508. Pronto consideraron apellidos "infectos" a los "Alcalá" o "Llerena", y por eso muchos de ellos optaron por tomar otras identidades. También se documentan familiares de judeoconversos que se hicieron familiares de la Inquisición como los Belvás, Blázquez, Cano o De la Dueña, documentados por la investigadora Adelina Romero, que adoptaron una actitud inmisericorde con sus hermanos de fe.

      Miradas furtivas en las calles de Llerena. Un hombre gordo chupa con ímpetu un puro cuya ceniza rebota en su abultada tripa. Es posible que la tela de la camisa sea ignífuga o esté acostumbrada a los avatares de una dura vida de taberna. La furgo de un carpintero circula por la calle, su conductor saluda al hombre del puro, que solo alcanza a mover sus pupilas. El chirriante ruido del vehículo se aleja por la calle. Cualquiera podría ser hoy un descendiente de aquellos judíos; laboriosos, emprendedores, cautos, poco dados a contar intimidades,... Algunos bajaron de Hervás, otros del norte de León, o de Toledo o de la cercana provincia de Sevilla. En el libro de Arsenio Muñoz de la Peña "Los judíos en Extremadura" se nos describe cómo podía ser el aspecto de una aljama, que podría parecerse mucho a la de Llerena. El autor escribe que "el barrio judío de Hervás es una serie de casas y casitas con los muros de adobes o barro sin cocer, con entramados de madera en sus muros...". Una buena descripción de una villa típicamente judía como la de esta localidad cacereña tan "sefardí", ya que como reza el refrán, "en Hervás, judíos los más". De hecho, esta villa también sufrió una diáspora hacia Portugal y otros lugares de Extremadura. Los Chamorro de Extremadura fueron descendientes de estos expulsados de Hervás. Concluye Arsenio Muñoz de la Peña que "se conservan en Hervás hasta famosos apellidos de judíos españoles, como el de Chamorro, el rabino de la comunidad judía española que, cuando eran tan perseguidos por los cristianos, escribió una carta al Gran Rabí de Constantinopla... llamado Ussuf". El sabio recomienda a Chamorro, por cierto, que si los cristianos les quitan las haciendas, hagan a sus hijos mercaderes para quitarles el dinero a ellos; y si les quitan la vida, hagan a sus hijos médicos o farmacéuticos (apotecarios) para que estos les quiten las suyas.

     Aunque ahora no quede apenas  huella de estos apellidos, los Cohen, Franco, Alegría o Mair están relacionados con los judíos extremeños (muchos de ellos los cambiaron por otros que los identificaban como cristianos).

     La situación apacible en las calles de las villas extremeñas como Llerena no fue aquella que se vivió en las postrimerías del siglo XV. En toda Extremadura se crearon tribunales ambulantes. Como apunta Marciano de Hervás en su obra "La Inquisición en el señorío de Béjar y sus consecuencias, 1514-1515", las juderías sufrieron la violencia cristiana en los años previos a la expulsión, como en Cáceres, Plasencia, Trujillo o Cabezuela del Valle. Se les comenzó regulando el horario comercial y la prohibición para ejercer determinados oficios en Plasencia y Trujillo (1491). Estas medidas recuerdan a aquellas tomadas en el III Reich y que desembocaron en el Holocausto. En España, esa virulencia antijudía tuvo gran presencia en Béjar, Coria, Hervás o Candelario. En la Calzada de Béjar, en 1494, fue procesada Isabel González, "la salamanquesa", acusada de judaizar, siendo sus bienes confiscados y vendidos en subasta pública. Durante el año 1514, la actividad inquisitorial en Béjar fue muy dura y estuvo dirigida desde el tribunal de Llerena que llevó a cabo en el señorío de Béjar diferentes autos de fe entre 1514 y 1515. Algunos personajes bejaranos condenados en firme por la inquisición de Llerena fueron Cristóbal Pérez y su mujer, a los que se les confiscó los bienes y entre ellos se cita una viña. De igual modo, fueron condenados Catalina Pérez, hija de los anteriores, y su marido Sebastián Enríquez, de origen portugués. Se les llega a incautar hasta un ajuar y a su hijo, Alonso Pérez, se le embargó una viña y una casa situada junto al matadero. El reo buscó refugio en Portugal, pero antes de huir entregó su vivienda a su hermano Gabriel Pérez. Resulta que Cristóbal Pérez fue recaudador de la renta del trigo y cebada del duque de Béjar, un oficio que traía aparejados no pocos recelos y envidias, sobre todo, en tiempos difíciles en los que el judío se convertía en un perfecto chivo expiatorio.

     Otros conversos procesados en la zona fueron Hernando de Santa Fe y Diego de Cáceres y su mujer María González. También hubo huida de conversos en la villa de Béjar como la protagonizada por Diego Pérez del Castillo o Alonso García, "el narigudo", de oficio zapatero.

      Los bienes incautados a judaizantes y conversos fueron cuantiosos y objeto de disputa entre la Corona y el Señorío de Béjar. Un gran investigador de todo esto, especialista en juderías y aljamas extremeñas y manchegas fue el prolífico autor israelí Haim Beinart quien, a mi juicio, merece un reconocimiento mayor en muchos lugares de nuestra geografía. Este autor siguió los pasos de Yitzhak Baer, el padre de la historiografía sobre la España judía, homenajeado en "Encuentros en Sefarad" , publicación a cargo del Instituto de Estudios Manchegos en 1987.

     Cae la tarde en Llerena, y un puñado de vecinas sacan las sillas a las puertas de sus casas. Corre algo de viento, aunque bastante bochornoso. Unas nubes engordadas a lo largo de la tarde presagiaban una inminente tormenta. In illo tempore, algún reo rezaría sus últimas plegarias en una tarde así en una oscura mazmorra de la casa de la Inquisición de Llerena. Otros, en sus casas, seguirían encendiendo esas velas el viernes por la tarde, presagiando el sabbat, intuyendo que un día sus hijos olvidasen tan milenaria costumbre que había pervivido en el ser de cada judío desde tiempo inmemorial. El hombre gordo atraviesa una plazuela próxima. Probablemente se dirige a su casa donde su mujer le esperaría con la cena. Tal vez el fuego de unas velas danzara en la oscuridad de una cocina donde nadie se habría preocupado de preparar el pan trenzado ni la comida del día del Señor. Algunos ojos observaban de lejos al hombre gordo del puro como si quisieran saber donde terminarían sus apresurados pasos. Hace unos siglos, los familiares de la Inquisición vigilaban los pasos de los cristianos nuevos. Algunos terminarían delatando a amigos, tíos, primos o incluso hermanos. Según Gonzalo Cerrillo Cruz en "Los familiares de la Inquisición en época borbónica", estos familiares que habían tenido un papel fundamental en la detención y procesamiento de judaizantes, entraron en declive en los albores del siglo XVIII. Eso indica esa relajación de la "santa institución" que había estado limpiando la herejía del suelo patrio. Haciendo referencia a España en su totalidad, podríamos afirmar que en Logroño quedaban 130 familiares; en Valencia, 30; en Barcelona, 1. Sin embargo, esto contrasta con la presencia de familiares en Llerena, unas 221 familias repartidas en 123 poblaciones de las 441 que tenían derecho a ello. Merma, sin duda, aunque quedaban todavía bastantes en relación con la población de estos lugares. Las profesiones que desempeñaban estos familiares de la Inquisición eran de lo más variopintas; el 50% eran labradores (muchos de ellos judeoconversos), un 25% de la baja nobleza y otro 25 % compuesto por escribanos, mercaderes, médicos, militares, abogados, cereros, etc, destacando por número Llerena (12), Alburquerque (6), Zafra (6), Don Benito (5), Mérida (5), Fuente del Maestre (5) y Cabeza del Buey (4). En su día, hasta pueblos pequeños como La Peña del Sordo (actual Peñalsordo) contaban con tentáculos de tan siniestra institución que mantuvo a raya la herejía judeoconversa en el valle de La Serena.

     La merma de esta figura imprescindible para el entramado del Santo Oficio -el familiar de la Inquisición- se entiende por la reforma de Macanaz en el siglo XVIII que hizo que cayesen estos privilegios de estos colaboradores de la Inquisición. Como testimonio, tenemos en 1772 a Jerónimo de la Mora Carrasco, familiar de Puebla de Alcocer, que se queja ante la Inquisición de Toledo de que el concejo de esta villa no lo reconoce ya como representante de esta institución. Algunos de los privilegios de los que gozaba podía ser la exención del alojamiento de tropas y cierto prestigio social, entre otros.

     Muchos fueron los avatares que tuvieron que vivir los judeoconversos, o "bnei anussim", que decidieron permanecer en su amada y milenaria Sefarad manteniendo oculta su fe. Otros decidieron marchar. Con muchas familias se mantuvo un contacto familiar y comercial, y otros muchos más fueron conscientes de su pasado, a menudo, recordado por los sambenitos expuestos en las iglesias que perpetuaban la consciencia de ese origen herético y judío. La España que amaneció en 1492 trajo nuevas formas de vivir, de sobrevivir, de experimentar la fe, de preservar la cultura, de perpetuar la identidad,... a través de las sombras de pequeños cuartos en el interior de las casas, de habitáculos secretos para orar, de adaptarse a la ingesta de nuevos alimentos, de camuflar la herejía en una cofradía, de orar a la Virgen (el lado femenino de la divinidad que el judaísmo relaciona con la "shejiná" o presencia femenina de Dios), de mantener lazos de estirpe con matrimonios pactados, avivando esa endogamia propia del pueblo perseguido. El judeoconverso hizo de un sincretismo inteligente su estilo de vida y una forma de supervivencia cuando la esencia de la comunidad ya se había perdido.

     Un relámpago ilumina el cielo de Llerena. Apenas se oyen vehículos en la cercanía del palacio de los Zapata. Una vecina comenta que mañana acudirá al pueblo un vendedor de turrones que viene desde Castuera. Otras señoras mayores responden con cierta indiferencia. La almendra no es apta para todas las economías, piensa una de ellas a juzgar por su resignado semblante. Una sombra cruzó rápido el silencio de la noche entre las primeras gotas y el rugido gástrico de los truenos. Mañana será otro día, como diría aquella sombra perdida en las v´ísceras de una mazmorra, soñando con los dulces que un primo suyo entraba frecuentemente desde Portugal, y que eran procedentes del norte de África donde muchos exiliados judíos elaboraban una pasta a base de almendra y que otros posteriormente, de generación en generación, irían mejorando a base del azúcar que los propios hermanos judíos introducían en Europa por los puertos de Lisboa, Burdeos o Hamburgo desde las costas de Brasil y Curazao.

BIBLIOGRAFÍA

- Judíos e historias en Llerena, en Sfarad.es

- Los judeoconversos en Alcaraz entre los siglos XV-XVII, de Aurelio Pretel Marín.

- Los judíos en Extremadura, de Arsenio Muñoz de la Peña.

- Las Inquisición en el Señorío de Béjar y sus consecuencias (1514-1515), de Marciano de Hervás.

- Encuentros en Sefarad, año 1987, IEM.

- Los familiares de la Inquisición en época borbónica, de Gonzalo Cerrillo Cruz.


Un interesante vídeo que hace referencia extensa a los judeoconversos extremeños y los tentáculos de la Inquisición.

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